El Horror
Como de costumbre, para ambientar e inspirar mis relatos de terror, encendí el aparato de música y al azar escogí un disco de mi estantería. Sin fijarme siquiera en el título lo introduje. Para no molestar a los vecinos, por si los hubiera de nuevo en alguna parte de mi ruinoso edificio, me puse los cascos y miré la pantalla vacía de mi ordenador mientras el icono de escritura parpadeaba incesantemente, ansioso por comenzar.
Era música ambiental, sonaron primero los golpes de algún objeto desconocido a modo de percusión, entre pasos lentos que caminaban en la lejanía y se acercaban. Tras los pasos un piano tocando algunas notas y el último aliento de un ser vivo que abandonaba este mundo. Encendí una vela y apagué la luz de la lámpara. La llama permanecía inmóvil. El crujir de una madera acompañaba ahora las que se estaban volviendo torpes notas de piano, como si el músico fuera perdiendo sus nociones melómanas y mentales cediendo lentamente a la locura e irraciocinio de un animal. Un incómodo violín entra en escena, al principio chirriante y posteriormente manteniendo una nota que cada vez se hace más intensa... más intensa... y más intensa... la intranquilidad recorre mi espalda, que mira hacia la puerta entreabierta de la habitación, por la que se asoma la oscuridad más profunda. Nervioso, aunque tratando de mantener la calma, giro la silla y me quedo mirando hacia esa estrecha abertura negra.
El violín mantiene su ascendente tensión, mil terribles pensamientos se cruzan en mi mente con mis ojos perdidos en aquella oscuridad que veo lentamente avanzar por mi puerta. De pronto un escalofrío recorre mi cuerpo, la llama baila, algo de metal cae ruidosamente en la habitación contigua. No puedo moverme. No quiero moverme. No debo moverme... o mis piernas temblando me llevarán directo al suelo. ¿Qué ha podido caer? ¿Cómo ha podido caer? En mi casa no hay personas, ¡no hay animales! No hay nada... La oscuridad me mira a los ojos. No me atrevo a volverme para encender la lámpara. Cada vez hay menos luz, ¡la llama se apaga! El violín se vuelve loco, me abalanzo contra el interruptor de la pared, los cascos salen despedidos de mis oídos y pierdo a la oscuridad de vista.
El violín disminuye lentamente su intensidad y da lugar los golpes de algún objeto desconocido a modo de percusión, entre pasos lentos que caminaban en la cercanía y se alejaban. El violín retomaba lentamente su ascendiente aumento de intensidad. Pero... ¿sin cascos? Miré el ordenador. Se había apagado. El icono de escritura ya no parpadeaba más, la pantalla se había unido a la negra oscuridad. Estaba apagado, pero la música continuaba. No me atrevía a despegar la mano del interruptor de la luz, el violín continuaba manteniendo una nota que cada vez se hacía más intensa... más intensa... y más intensa... Mis piernas flaqueaban. Caí al suelo. Era tal mi miedo que no alcanzaba debido a los temblores el interruptor de la luz. Quería salir de allí. Necesitaba salir de allí. Arrastrándome como pude llegué a la puerta y la abrí despacio, dejando que la luz iluminara lentamente el pasillo. Estaba encendido. La luz naranja de la lámpara sobre el mueble del pasillo lo iluminaba casi hasta el final, donde la oscuridad guardaba celosamente la puerta de entrada, mi salida. Algo crujió en la cocina y gimiendo de pavor me arrastré gateando vertiginosamente hacia mi escapatoria y con los ojos fuertemente cerrados mientras el violín aumentaba cada vez más de intensidad, cada vez más chirriante, cada vez más inquietante, hasta que en mitad del pasillo choqué con algo frente a mí. El violín calló. Tiritando y gimoteando de terror dudé si abrir los ojos, extendí la mano y palpé lo más frío, siniestro y muerto que jamás una piel había alcanzado a rozar. Con un grito y aún más rápidamente si cabe, aún sin abrir los ojos, gateé velozmente hasta la habitación más próxima cerrando la puerta tras de mí y rogando con todo el pavor de mi corazón que aquello fuera una pesadilla. Tan solo una pesadilla.
Entonces fue cuando comenzó a sonar algún objeto desconocido a modo de percusión, entre pasos lentos que caminaban en la lejanía y se acercaban. Los pasos se detienen justo tras de mí, justo al otro lado de la puerta y un escalofrío recorre mi cuerpo. Recuerdo entonces el objeto metálico que cayó. ¡Estaba en aquella habitación! Necesitando imperiosamente la luz alcé de un golpe mi brazo y logré acertar en el interruptor.
Allí estaba, aquella caja que tan celosamente yo guardaba desde que murió mi amor de un paro cardíaco en esa misma casa. Allí estaba, aquella caja que guardaba la carta de una sola frase escrita que encontraron apretada en su puño y jamás comprendí hasta esa misma noche:
'El Horror habita en la oscuridad de las casas, enciende la luz, feliz Halloween'"
Un abrazo telekinético
S. Alexander
Leer más: http://sergio-alexander6.webnode.es/news/relato-el-horror/
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Como de costumbre, para ambientar e inspirar mis relatos de terror, encendí el aparato de música y al azar escogí un disco de mi estantería. Sin fijarme siquiera en el título lo introduje. Para no molestar a los vecinos, por si los hubiera de nuevo en alguna parte de mi ruinoso edificio, me puse los cascos y miré la pantalla vacía de mi ordenador mientras el icono de escritura parpadeaba incesantemente, ansioso por comenzar.
Era música ambiental, sonaron primero los golpes de algún objeto desconocido a modo de percusión, entre pasos lentos que caminaban en la lejanía y se acercaban. Tras los pasos un piano tocando algunas notas y el último aliento de un ser vivo que abandonaba este mundo. Encendí una vela y apagué la luz de la lámpara. La llama permanecía inmóvil. El crujir de una madera acompañaba ahora las que se estaban volviendo torpes notas de piano, como si el músico fuera perdiendo sus nociones melómanas y mentales cediendo lentamente a la locura e irraciocinio de un animal. Un incómodo violín entra en escena, al principio chirriante y posteriormente manteniendo una nota que cada vez se hace más intensa... más intensa... y más intensa... la intranquilidad recorre mi espalda, que mira hacia la puerta entreabierta de la habitación, por la que se asoma la oscuridad más profunda. Nervioso, aunque tratando de mantener la calma, giro la silla y me quedo mirando hacia esa estrecha abertura negra.
El violín mantiene su ascendente tensión, mil terribles pensamientos se cruzan en mi mente con mis ojos perdidos en aquella oscuridad que veo lentamente avanzar por mi puerta. De pronto un escalofrío recorre mi cuerpo, la llama baila, algo de metal cae ruidosamente en la habitación contigua. No puedo moverme. No quiero moverme. No debo moverme... o mis piernas temblando me llevarán directo al suelo. ¿Qué ha podido caer? ¿Cómo ha podido caer? En mi casa no hay personas, ¡no hay animales! No hay nada... La oscuridad me mira a los ojos. No me atrevo a volverme para encender la lámpara. Cada vez hay menos luz, ¡la llama se apaga! El violín se vuelve loco, me abalanzo contra el interruptor de la pared, los cascos salen despedidos de mis oídos y pierdo a la oscuridad de vista.
El violín disminuye lentamente su intensidad y da lugar los golpes de algún objeto desconocido a modo de percusión, entre pasos lentos que caminaban en la cercanía y se alejaban. El violín retomaba lentamente su ascendiente aumento de intensidad. Pero... ¿sin cascos? Miré el ordenador. Se había apagado. El icono de escritura ya no parpadeaba más, la pantalla se había unido a la negra oscuridad. Estaba apagado, pero la música continuaba. No me atrevía a despegar la mano del interruptor de la luz, el violín continuaba manteniendo una nota que cada vez se hacía más intensa... más intensa... y más intensa... Mis piernas flaqueaban. Caí al suelo. Era tal mi miedo que no alcanzaba debido a los temblores el interruptor de la luz. Quería salir de allí. Necesitaba salir de allí. Arrastrándome como pude llegué a la puerta y la abrí despacio, dejando que la luz iluminara lentamente el pasillo. Estaba encendido. La luz naranja de la lámpara sobre el mueble del pasillo lo iluminaba casi hasta el final, donde la oscuridad guardaba celosamente la puerta de entrada, mi salida. Algo crujió en la cocina y gimiendo de pavor me arrastré gateando vertiginosamente hacia mi escapatoria y con los ojos fuertemente cerrados mientras el violín aumentaba cada vez más de intensidad, cada vez más chirriante, cada vez más inquietante, hasta que en mitad del pasillo choqué con algo frente a mí. El violín calló. Tiritando y gimoteando de terror dudé si abrir los ojos, extendí la mano y palpé lo más frío, siniestro y muerto que jamás una piel había alcanzado a rozar. Con un grito y aún más rápidamente si cabe, aún sin abrir los ojos, gateé velozmente hasta la habitación más próxima cerrando la puerta tras de mí y rogando con todo el pavor de mi corazón que aquello fuera una pesadilla. Tan solo una pesadilla.
Entonces fue cuando comenzó a sonar algún objeto desconocido a modo de percusión, entre pasos lentos que caminaban en la lejanía y se acercaban. Los pasos se detienen justo tras de mí, justo al otro lado de la puerta y un escalofrío recorre mi cuerpo. Recuerdo entonces el objeto metálico que cayó. ¡Estaba en aquella habitación! Necesitando imperiosamente la luz alcé de un golpe mi brazo y logré acertar en el interruptor.
Allí estaba, aquella caja que tan celosamente yo guardaba desde que murió mi amor de un paro cardíaco en esa misma casa. Allí estaba, aquella caja que guardaba la carta de una sola frase escrita que encontraron apretada en su puño y jamás comprendí hasta esa misma noche:
'El Horror habita en la oscuridad de las casas, enciende la luz, feliz Halloween'"
Un abrazo telekinético
S. Alexander
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