Los ochenta en Madrid era la época de ser joven.
Ninguno os esperabais la que se os venía encima, ni os preocupaba. Era el tiempo de labrarse un futuro, porque sí, porque así estaba establecido. Era el momento de las pequeñas rebeldías de la gente humilde, de las modillas pitillo, campana, de los billares y las “discos” anglosajonas, de los guns’n’roses.
Era Madrid el mismo teatro, con los actores un poco cambiados, y el escenario más gris si cabe, o quizás es que se ve todo ya en blanco y negro.
Madrid. Sus habitantes. Lo castizo, los ruidos y los silencios, la muerte, y el rock’n’ roll. La heroína coloreando los últimos momentos de tantos jóvenes inocentes que buscaban en las jeringuillas el sentido al sinsentido.
Y nuestros padres. ¿Te los imaginas corriendo por las calles, jóvenes como nosotros ahora, creyéndose inmortales, venciendo todos los miedos, amándose como nosotros nos amamos? ¿Te lo imaginas? Se me caerían las lágrimas si fuera de noche.
Era la época de ser joven. Los que ahora se esconden en los rincones de nuestras casas, y huyen del trabajo y de los compromisos en cualquier bareto viendo cualquier partido dejándonos el relevo a nosotros, supieron lo que era echarse el mundo a cuestas y decir: “¡Yo soy joven! ¡Y nada ni nadie puede impedirlo!”
Qué pena que no contaran con el tiempo. Pero, ¿quién cuenta con el tiempo en el Madrid de los 80’s?
Ahora veo los partidos en el Calderón que vio mi padre. Me doy cuenta de que vine al mundo con el mejor de los regalos bajo el brazo. La copa ganada al Real Madrid en el Bernabeu en la 91/92. Veo a la gente animar a los de rojo y blanco, con los pantalones azules, igual que siempre, los veo emocionarse en las gradas, abrazarse, gritar, suspirar, llorar, y me siento como si siempre hubiera estado entre ellos. Y es que en cierto modo lo estuve. Mi padre estaba allí.
¿Cuántas veces se coló (y yo con él) en el estadio de nuestros sueños, a ver a los actores circenses luchar como gladiadores con la pasión que sólo se ve entre esas cuatro gradas? Me lo imagino a él, de perfil, a mi izquierda, entre el público, siguiendo el juego con los ojos entornados para sentir mejor la calada del cigarro que algún día (ojalá me equivoque) le matará. No, no me lo imagino.
Estaba allí, en los ochenta, en Madrid… En el Calderón.
Quizás estaba en los ojos de mi madre, acompañándole en los nerviosos andares por la Puerta de Toledo, mirando a la afición marchar alegre, excitada, en una marea de esas rojas y blancas.
Él cree que me hizo del atleti.
No, papá. Nací con una copa bajo el brazo. Recuerda.
Los 80’s son inmortales, porque la juventud de nuestros padres la llevamos en nuestros andares taciturnos por las calles de las avenidas de Madrid o Barcelona, de Paral.lel a Gran Vía, de la Diagonal a la Castellana, y la pasión que supuraba entre vosotros sé que algún día me tocará verterla, padres, no tengo prisa. De momento, me dejé un pedacito de juventud en una huelga. No me odiéis. Sé, como vosotros, que a mi edad no erais de derechas.
Vuestro legado continúa en cada reyerta de vuestros hijos. Gracias por darnos la oportunidad de ser jóvenes. Gracias por traernos a morir a este mundo. Es lo más bonito que jamás nadie hizo por nosotros. Gracias por haber sido jóvenes. Gracias por mirarme así, cada vez que posáis vuestros ojos en mi figura. Gracias por decirme sin palabras que os sentís adolescentes cada vez que me miráis. Gracias por sentiros libres si yo me siento libre. Gracias por el atleti, padre. Gracias por tus silencios, madre, por cada uno de esos besos de buenas noches.
El daño que os haga será en el nombre de la juventud de vuestros nietos.
Ahora me toca a mí ser joven. No os defraudaré.
Barcelona es nuestra.
Ninguno os esperabais la que se os venía encima, ni os preocupaba. Era el tiempo de labrarse un futuro, porque sí, porque así estaba establecido. Era el momento de las pequeñas rebeldías de la gente humilde, de las modillas pitillo, campana, de los billares y las “discos” anglosajonas, de los guns’n’roses.
Era Madrid el mismo teatro, con los actores un poco cambiados, y el escenario más gris si cabe, o quizás es que se ve todo ya en blanco y negro.
Madrid. Sus habitantes. Lo castizo, los ruidos y los silencios, la muerte, y el rock’n’ roll. La heroína coloreando los últimos momentos de tantos jóvenes inocentes que buscaban en las jeringuillas el sentido al sinsentido.
Y nuestros padres. ¿Te los imaginas corriendo por las calles, jóvenes como nosotros ahora, creyéndose inmortales, venciendo todos los miedos, amándose como nosotros nos amamos? ¿Te lo imaginas? Se me caerían las lágrimas si fuera de noche.
Era la época de ser joven. Los que ahora se esconden en los rincones de nuestras casas, y huyen del trabajo y de los compromisos en cualquier bareto viendo cualquier partido dejándonos el relevo a nosotros, supieron lo que era echarse el mundo a cuestas y decir: “¡Yo soy joven! ¡Y nada ni nadie puede impedirlo!”
Qué pena que no contaran con el tiempo. Pero, ¿quién cuenta con el tiempo en el Madrid de los 80’s?
Ahora veo los partidos en el Calderón que vio mi padre. Me doy cuenta de que vine al mundo con el mejor de los regalos bajo el brazo. La copa ganada al Real Madrid en el Bernabeu en la 91/92. Veo a la gente animar a los de rojo y blanco, con los pantalones azules, igual que siempre, los veo emocionarse en las gradas, abrazarse, gritar, suspirar, llorar, y me siento como si siempre hubiera estado entre ellos. Y es que en cierto modo lo estuve. Mi padre estaba allí.
¿Cuántas veces se coló (y yo con él) en el estadio de nuestros sueños, a ver a los actores circenses luchar como gladiadores con la pasión que sólo se ve entre esas cuatro gradas? Me lo imagino a él, de perfil, a mi izquierda, entre el público, siguiendo el juego con los ojos entornados para sentir mejor la calada del cigarro que algún día (ojalá me equivoque) le matará. No, no me lo imagino.
Estaba allí, en los ochenta, en Madrid… En el Calderón.
Quizás estaba en los ojos de mi madre, acompañándole en los nerviosos andares por la Puerta de Toledo, mirando a la afición marchar alegre, excitada, en una marea de esas rojas y blancas.
Él cree que me hizo del atleti.
No, papá. Nací con una copa bajo el brazo. Recuerda.
Los 80’s son inmortales, porque la juventud de nuestros padres la llevamos en nuestros andares taciturnos por las calles de las avenidas de Madrid o Barcelona, de Paral.lel a Gran Vía, de la Diagonal a la Castellana, y la pasión que supuraba entre vosotros sé que algún día me tocará verterla, padres, no tengo prisa. De momento, me dejé un pedacito de juventud en una huelga. No me odiéis. Sé, como vosotros, que a mi edad no erais de derechas.
Vuestro legado continúa en cada reyerta de vuestros hijos. Gracias por darnos la oportunidad de ser jóvenes. Gracias por traernos a morir a este mundo. Es lo más bonito que jamás nadie hizo por nosotros. Gracias por haber sido jóvenes. Gracias por mirarme así, cada vez que posáis vuestros ojos en mi figura. Gracias por decirme sin palabras que os sentís adolescentes cada vez que me miráis. Gracias por sentiros libres si yo me siento libre. Gracias por el atleti, padre. Gracias por tus silencios, madre, por cada uno de esos besos de buenas noches.
El daño que os haga será en el nombre de la juventud de vuestros nietos.
Ahora me toca a mí ser joven. No os defraudaré.
Barcelona es nuestra.