Hace un año, o cosa así, tuve un sueño. No soy muy de soñar, yo; por eso me llamó tanto la atención. Era un sueño extraño, sobre sueños; sobre ganas, ansias. Sobre Arte. Sobre Desiderar. ¿Y qué es Desiderar? ¿Qué es el Desideraísmo?
Bien, no encuentro una manera mejor de explicároslo que remitiéndoos a mi sueño:
Era una situación, cuanto menos, cómica (aunque, bien es cierto, debo confesar que mis sueños nunca se caracterizaron por ser aburridos):
Los pájaros trinaban en el cruce de la avenida Emile Zolá con la Rue Saint Charles. El sol brillaba y relucía en las baldosas de la empedrada calle parisina. Rebotaban en mis ojos los tonos verdes, azules y amarillos.
Sentado en la encantadora terracita de una encantadora cafetería, de encantadoras sillas de mimbre y mesas con azulejos, en una no menos encantadora plazoleta cuajada de metálicas macetas llenas de geranios, con vistas a la Torre Eiffel (el adjetivo “recargado” se quedaría corto para definir el lugar), acariciaba yo una ínfima y diminuta taza de té, ornamentada hasta el tedio, mientras aspiraba sus vahos, sonriendo embelesado, y mirando a mis interlocutores; Salvador Domingo Felipe Jacinto Dalí i Doménech, ataviado con un retrospectivo traje de baño de rayas azules y blancas, coronado por un sutil sombrero de playa, miraba al infinito mientras se atusaba su pintoresco bigote con un enorme cayado. Y asentía continuamente con la cabeza. Don Fernando Arrabal, a su vez, vestido con sedas chinas, le miraba con esos pequeños ojillos que le caracterizan, oculto tras unas gafas de media luna – y decía, según recuerdo, lo siguiente:
- Como bien afirmaba Usted: ya, de eso, nada queda. Y es una lástima – y agachaba la cabeza para dale un sorbo a su café.
- No tanta lástima, mi querido amigo – clamó, gesticulando como un mimo, el divino Dalí – es para vetustos genios como Vos y Mi Ilustre Yo, como para todos aquellos venideros, te digo – y se quedó, quieto como una estatua, con el brazo alzado, señalando, los ojos ofuscados y sus labios formando una “o”
- ¿Y quién va a ayudarles… sino el vino?
Y el interrogante quedó en el aire unos segundos.
- ¡La metafísica hiper-surrealista! ¡Los neutrinos! ¡Cráneos de elefantes! – exclamó, a impetuosos trompicones, Salvador. Yo les miraba, atónito.
- Cabría, como posibilidad – asintió Arrabal mientras ambos se giraban para saludar con la mano a Tristán Tzara, que pasaba justamente por allí con su bicicleta. - Divina musa que nos amparaba – suspiró, tras una breve pausa -, quién pudiera volver a mamar de sus portentosos pezones…
No es necesario decir que un servidor no es un genio. Para mí, cansado de intentar buscar significado a las palabras de aquellos ilustres personajes, entre sorbo y sorbo de té, y no encontrarlo, empezó a resultar obvio que aquél era un sueño realmente extraño. Aún con esas, era MI sueño, y, dadas mis ansias de protagonismo, me vi en la necesidad de peguntar:
- Disculpen, estimados caballeros – dije, intentando dármelas de aristócrata culto y educado (cosa que Dios me libre de ser); suponiendo yo que no sin razón estaría entre genios -, pero me hallaba absorto en mis divagaciones y creo, lamentablemente, haber perdido el hilo de esta conversación – una vez terminada mi verborrea, me llevé, arqueando las cejas y cerrando los ojos, mi té a los labios, estirando el dedo meñique y, tras depositarla de nuevo en su platillo, proseguí - ¿de qué estábamos hablando?
- ¡Oh, Monsieur Bretagne! – exclamó Arrabal, entrecerrando los ojos en un gesto de soñadora picardía – hablábamos… hablábamos de ese rayo de luz que nos queda a los artistas… le Glorieux Désideraisme – terminó, abriendo sus pequeños brazos, como acariciando la efímera Nada en el aire.
- ¿Le quoi? – pregunté, perplejo.
- El Loto nacido del putrefacto y maloliente cadáver Dadá – intervino Dalí, tan expresivo como él es – Es el ansia revolucionaria de la rutina. ¡Una mariposa que crea un huracán con el batir de sus alas, pardiez! Bendito Desideraísmo. Es pura metafísica –terminó, casi silabando.
- ¿Una corriente artística? – pregunté.
- ¡Aún no!
- Señores… explíquenme.
- Pero… - sonrió Arrabal - ¡pequeño púber! ¡No me puedes decir que no te han informado!
- No lo han hecho, debo confesar.
- ¡¿NO?!
- Eh… no, definitivamente, no.
- Inaudito.
- ¡Inaceptable!
Y ahí, como si ambos se hubieran ofendido, se quedó la conversación. Dalí se atusó el traje de baño, y Arrabal, con el café ya terminado, pidió que le sirvieran un vino.
Por lo visto, tendría que tirarles yo de la lengua.
- Caballeros, hagan el favor de explicarme, ¿qué es eso del Desideraísmo?
- Ya despunta como Enfant Terrible – señaló, cómplice, Dalí a su amigo, que asintió sin borrar su ladina sonrisa.
Ambos rieron de manera escandalosa. Los transeúntes (numerosos), sin embargo, parecían no darse cuenta de que en aquél preciso lugar yacían sentados dos de los grandes genios españoles de las artes, uno de los cuales, incluso, estaba muerto desde hacía lustros. ¿Acaso nadie veía que la lógica no hacía acto de presencia...?
Claro que todo me cuadró cuando vi cruzar la calle a un despechado García Lorca, huyendo del saludo de Dalí con gesto altivo.
- Qué poco sentido tienen los sueños…– dije para mí mismo, mirando como el poeta huía, echando la mirada atrás de vez en cuando para mirar a su viejo y doliente amor - pero qué endiabladamente curiosos son…
- ¡Precisamente! – me sorprendió el catalán, casi saltando en su silla.
- Vosotros, juventud del tercer milenio, habéis olvidado lo erótico de lo oculto – explicó en tono místico don Fernando -. Estáis tan… absortos en vuestros micro-mundos rutinarios, describiendo los mismos senderos en el aire cada día, que habéis olvidado el verdadero Sentido de la Vida.
- ¿Cuál es, si puede saberse? – pregunté intrigado.
- ¡La lírica… ilícita de un clítoris! – susurró Arrabal, agitando su canoso pelo.
- La verificación de la existencia del ácido desoxirribonucleico.
- …
Efectivamente, yo, en su momento, tampoco lo entendí.
No pude si no pensar cuán raros son los genios. Tal cara debía yo tener de idiota, intentando analizar la simple frase “la lírica ilícita de un clítoris”, que mis acompañantes se vieron obligados a abandonar, por un momento, su estatus de símbolos para ejercer de mentores explicándome el significado de tan ambiguas palabras.
- Monsieur Bretagne; el sentido de la vida es el que tú necesites darle.
- Demasiado fácil…
- No lo crea usted – regañó Dalí – porque para saber qué sentido quieres darle a tu vida, antes tendrás que pararte a pensar qué deseas hacer con ella. Y eso es algo que los jóvenes están dejando de hacer.
- Precisamente – otorgó Fernando.
- Pero… ¿por qué? – pregunté, ante tanta duda.
- Porque se han acostumbrado a beberse el placebo de la sociedad. La basura mediática… los placeres vacíos… ¡se han convertido en adictos, babosos y descerebrados!
- Y se han olvidado de soñar con ser cocineros, astronautas o Salvadores Dalíes.
- ¿Entonces…?
- ¡Entonces todo gris! – interrumpió Dalí.
- Entonces la gente – continuó su compañero – vive sin consciencia; los jóvenes de que serán adultos que tendrán que salir adelante; y los viejos, de que aún son jóvenes.
- Pero, caballeros, ¿qué es, entonces, el Desideraísmo?
Y se hizo el silencio, como si ambos genios estuvieran meditando sus respuestas que, tras unos instantes, llegaron en aluvión:
- Es la dualidad del “quizás”.
- La complicidad de los genios.
- ¡La esencia!
- Un clavo ardiendo para los artistas, pensadores, y políticos.
- La ausencia de teoría, diría yo.
- Pues, la puesta en práctica.
- Infartados de presente, es la negación a un sueño; es el convencerse de que puede ser real.
- La verificación de la existencia del ácido desoxirribonucleico.
- La lírica ilícita de un clítoris.
Entonces, ambos callaron nuevamente. Y me miraron. Sintiéndome atacado, pegué los tres últimos sorbos a mi té mientras les observaba con ojos de conejillo asustado.
En ese momento, Arrabal puso su mano en mi hombro.
- El Desideraísmo está a las puertas. Es una revolución; una nueva vertiente de las artes y el pensamiento que afirma que todo es posible, y que pensar no cuesta dinero. ¡Y anima a los jóvenes a huir del Best- Seller sin alma! De esos libros fríos, tan ajenos a Generaciones, a pensamientos; tan ajenos a emociones, tan cegados por el dinero…
- Son – dijo, solemne, el divino Dalí – las ganas de todo, sin nada. La moda que lucha contra la moda.
Volvió a hacerse el silencio. Los pájaros trinaban, el sol brillaba, y la gente a nuestro alrededor reía por cosas totalmente ajenas.
- Creo que comienzo a entenderlo…
Y realmente comenzaba a hacerlo. Hacía tiempo que estaba asqueado de no encontrar vida más allá del Best-Seller. Y más tiempo aún hacía que había notado que mis compañeros de clase (incluido yo) vivían perdidos. Respondiendo con acciones programadas a estímulos insensibilizados (perdón si les ofende; las verdades duelen).
- Monsieur Bretagne… Si de verdad lo entiendes, tendrás que comenzar a poetizar. Poetiza tu casa, tu familia, tu calle: tu vida, y haz que la lean esa recua de agrios novelistas. Y haz que los niños que, como tú, ven el futuro de la sociedad y del arte podrido y hediondo, encuentren esta lucecita que tú has visto, y la sigan. Y la felen, y la masturben, y la rocen con sus trémulos dedos hasta sentirla, y, entonces, la aviven.
- Porque, un libro, al igual que cualquier otra manifestación artística, no puede ser sólo un libro. Tiene que ser la historia de una idea. Una idea que diga algo; y no una fábula que hable de cosas vanas y el ser en cuanto a ser.
- ¡Otro vino, por favor! – Arrabal, ya ebrio (aunque no por ello menos genial), se sonrió. – El Desideraísmo – continuó – es lo que todos los artistas deseamos que sea nuestro arte, cuando ya no podemos cambiar lo que ha sido.
- No se queje, Fernando; que al menos usted sigue vivo – comentó Dalí.
- Caballeros: – hablé - yo quiero ser desideraísta. Pero… aún no tengo demasiado claro en qué consiste.
- ¿Y crees que nosotros sí?
- Si por mí fuera – divagó el catalán – todo se reduciría a cuernos de rinoceronte…
- ¿Asique el Desideraísmo nace sin motivo?
- Señorito, permítame decirle que el mero hecho de su nacimiento, ya es un motivo para su existencia. ¿Está de acuerdo, Fernando?
- Claro – y ambos sonrieron.
Y, justo en ese momento (no en otro, sino en ese en concreto), me quedé pensativo. Realmente todo aquél asunto era una idiotez pero… podría merecer la pena. Al fin y al cabo, si en un sueño se me hablaba de cumplir mis sueños (valga la redundancia)… ¿no era ya ése suficiente pretexto? Tenía demasiadas cosas en que pensar, y dormido no podría hacerlo.
Ya era hora de despertar; debía ser domingo.
Así pues, como debe hacer todo caballero (o todo indecente farsante sin escrúpulos, como es mi caso) me despedí educadamente de los dos ilustres señores que tanto me habían inculcado, y me di la vuelta, comenzando a desandar la Rue Saint Charles, repleta de floridos balcones, hermosas postales, y turistas. Al irme, a mis espaldas pude oír preguntar a Arrabal:
- Y bien, viejo amigo; ¿qué tal se vive estando muerto?
Y, mientras mis pasos hacían eco en mis oídos, y retumbaba el escándalo del despertador en mi cabeza, oí, a lo lejos, a Dalí contestar:
- Qué curioso, Monsieur Arrabal, yo iba a preguntaros lo mismo a los dos.
Y así, con los pies fríos y la cabeza hirviendo, embutido en la cama, escribí en mi agenda, entre dudas y ensoñaciones, la frase que creo que, hasta ahora, mejor define el Desideraísmo:
“Sin ser lo que es, ni lo que no es; ni tampoco lo que ha sido, o será, queda, en mi mente, como la idea idílica de lo que podría ser.”
P.D: creo recordar que Arrabal llegó a pedirse un tercer vino.
Si aún después de leer esto no sabéis lo que el Desideraísmo es, no os preocupéis; yo tampoco lo sé, pero sí sé lo que puede significar:
y lo que puede significar es, ni más ni menos, que un ansia enorme de hacer algo con mi vida.
El Desideraísmo no es, ni más ni menos, que sentirse capaz.
Y ser desideraísta no significa, ni más ni menos que pensar. No infravaloréis esto; poca gente lo hace.
Sin más digo: yo soy desideraísta, y si lo entiendes, me encantaría que tú, seas quien seas, también lo fueras.
Salut!
Bien, no encuentro una manera mejor de explicároslo que remitiéndoos a mi sueño:
Era una situación, cuanto menos, cómica (aunque, bien es cierto, debo confesar que mis sueños nunca se caracterizaron por ser aburridos):
Los pájaros trinaban en el cruce de la avenida Emile Zolá con la Rue Saint Charles. El sol brillaba y relucía en las baldosas de la empedrada calle parisina. Rebotaban en mis ojos los tonos verdes, azules y amarillos.
Sentado en la encantadora terracita de una encantadora cafetería, de encantadoras sillas de mimbre y mesas con azulejos, en una no menos encantadora plazoleta cuajada de metálicas macetas llenas de geranios, con vistas a la Torre Eiffel (el adjetivo “recargado” se quedaría corto para definir el lugar), acariciaba yo una ínfima y diminuta taza de té, ornamentada hasta el tedio, mientras aspiraba sus vahos, sonriendo embelesado, y mirando a mis interlocutores; Salvador Domingo Felipe Jacinto Dalí i Doménech, ataviado con un retrospectivo traje de baño de rayas azules y blancas, coronado por un sutil sombrero de playa, miraba al infinito mientras se atusaba su pintoresco bigote con un enorme cayado. Y asentía continuamente con la cabeza. Don Fernando Arrabal, a su vez, vestido con sedas chinas, le miraba con esos pequeños ojillos que le caracterizan, oculto tras unas gafas de media luna – y decía, según recuerdo, lo siguiente:
- Como bien afirmaba Usted: ya, de eso, nada queda. Y es una lástima – y agachaba la cabeza para dale un sorbo a su café.
- No tanta lástima, mi querido amigo – clamó, gesticulando como un mimo, el divino Dalí – es para vetustos genios como Vos y Mi Ilustre Yo, como para todos aquellos venideros, te digo – y se quedó, quieto como una estatua, con el brazo alzado, señalando, los ojos ofuscados y sus labios formando una “o”
- ¿Y quién va a ayudarles… sino el vino?
Y el interrogante quedó en el aire unos segundos.
- ¡La metafísica hiper-surrealista! ¡Los neutrinos! ¡Cráneos de elefantes! – exclamó, a impetuosos trompicones, Salvador. Yo les miraba, atónito.
- Cabría, como posibilidad – asintió Arrabal mientras ambos se giraban para saludar con la mano a Tristán Tzara, que pasaba justamente por allí con su bicicleta. - Divina musa que nos amparaba – suspiró, tras una breve pausa -, quién pudiera volver a mamar de sus portentosos pezones…
No es necesario decir que un servidor no es un genio. Para mí, cansado de intentar buscar significado a las palabras de aquellos ilustres personajes, entre sorbo y sorbo de té, y no encontrarlo, empezó a resultar obvio que aquél era un sueño realmente extraño. Aún con esas, era MI sueño, y, dadas mis ansias de protagonismo, me vi en la necesidad de peguntar:
- Disculpen, estimados caballeros – dije, intentando dármelas de aristócrata culto y educado (cosa que Dios me libre de ser); suponiendo yo que no sin razón estaría entre genios -, pero me hallaba absorto en mis divagaciones y creo, lamentablemente, haber perdido el hilo de esta conversación – una vez terminada mi verborrea, me llevé, arqueando las cejas y cerrando los ojos, mi té a los labios, estirando el dedo meñique y, tras depositarla de nuevo en su platillo, proseguí - ¿de qué estábamos hablando?
- ¡Oh, Monsieur Bretagne! – exclamó Arrabal, entrecerrando los ojos en un gesto de soñadora picardía – hablábamos… hablábamos de ese rayo de luz que nos queda a los artistas… le Glorieux Désideraisme – terminó, abriendo sus pequeños brazos, como acariciando la efímera Nada en el aire.
- ¿Le quoi? – pregunté, perplejo.
- El Loto nacido del putrefacto y maloliente cadáver Dadá – intervino Dalí, tan expresivo como él es – Es el ansia revolucionaria de la rutina. ¡Una mariposa que crea un huracán con el batir de sus alas, pardiez! Bendito Desideraísmo. Es pura metafísica –terminó, casi silabando.
- ¿Una corriente artística? – pregunté.
- ¡Aún no!
- Señores… explíquenme.
- Pero… - sonrió Arrabal - ¡pequeño púber! ¡No me puedes decir que no te han informado!
- No lo han hecho, debo confesar.
- ¡¿NO?!
- Eh… no, definitivamente, no.
- Inaudito.
- ¡Inaceptable!
Y ahí, como si ambos se hubieran ofendido, se quedó la conversación. Dalí se atusó el traje de baño, y Arrabal, con el café ya terminado, pidió que le sirvieran un vino.
Por lo visto, tendría que tirarles yo de la lengua.
- Caballeros, hagan el favor de explicarme, ¿qué es eso del Desideraísmo?
- Ya despunta como Enfant Terrible – señaló, cómplice, Dalí a su amigo, que asintió sin borrar su ladina sonrisa.
Ambos rieron de manera escandalosa. Los transeúntes (numerosos), sin embargo, parecían no darse cuenta de que en aquél preciso lugar yacían sentados dos de los grandes genios españoles de las artes, uno de los cuales, incluso, estaba muerto desde hacía lustros. ¿Acaso nadie veía que la lógica no hacía acto de presencia...?
Claro que todo me cuadró cuando vi cruzar la calle a un despechado García Lorca, huyendo del saludo de Dalí con gesto altivo.
- Qué poco sentido tienen los sueños…– dije para mí mismo, mirando como el poeta huía, echando la mirada atrás de vez en cuando para mirar a su viejo y doliente amor - pero qué endiabladamente curiosos son…
- ¡Precisamente! – me sorprendió el catalán, casi saltando en su silla.
- Vosotros, juventud del tercer milenio, habéis olvidado lo erótico de lo oculto – explicó en tono místico don Fernando -. Estáis tan… absortos en vuestros micro-mundos rutinarios, describiendo los mismos senderos en el aire cada día, que habéis olvidado el verdadero Sentido de la Vida.
- ¿Cuál es, si puede saberse? – pregunté intrigado.
- ¡La lírica… ilícita de un clítoris! – susurró Arrabal, agitando su canoso pelo.
- La verificación de la existencia del ácido desoxirribonucleico.
- …
Efectivamente, yo, en su momento, tampoco lo entendí.
No pude si no pensar cuán raros son los genios. Tal cara debía yo tener de idiota, intentando analizar la simple frase “la lírica ilícita de un clítoris”, que mis acompañantes se vieron obligados a abandonar, por un momento, su estatus de símbolos para ejercer de mentores explicándome el significado de tan ambiguas palabras.
- Monsieur Bretagne; el sentido de la vida es el que tú necesites darle.
- Demasiado fácil…
- No lo crea usted – regañó Dalí – porque para saber qué sentido quieres darle a tu vida, antes tendrás que pararte a pensar qué deseas hacer con ella. Y eso es algo que los jóvenes están dejando de hacer.
- Precisamente – otorgó Fernando.
- Pero… ¿por qué? – pregunté, ante tanta duda.
- Porque se han acostumbrado a beberse el placebo de la sociedad. La basura mediática… los placeres vacíos… ¡se han convertido en adictos, babosos y descerebrados!
- Y se han olvidado de soñar con ser cocineros, astronautas o Salvadores Dalíes.
- ¿Entonces…?
- ¡Entonces todo gris! – interrumpió Dalí.
- Entonces la gente – continuó su compañero – vive sin consciencia; los jóvenes de que serán adultos que tendrán que salir adelante; y los viejos, de que aún son jóvenes.
- Pero, caballeros, ¿qué es, entonces, el Desideraísmo?
Y se hizo el silencio, como si ambos genios estuvieran meditando sus respuestas que, tras unos instantes, llegaron en aluvión:
- Es la dualidad del “quizás”.
- La complicidad de los genios.
- ¡La esencia!
- Un clavo ardiendo para los artistas, pensadores, y políticos.
- La ausencia de teoría, diría yo.
- Pues, la puesta en práctica.
- Infartados de presente, es la negación a un sueño; es el convencerse de que puede ser real.
- La verificación de la existencia del ácido desoxirribonucleico.
- La lírica ilícita de un clítoris.
Entonces, ambos callaron nuevamente. Y me miraron. Sintiéndome atacado, pegué los tres últimos sorbos a mi té mientras les observaba con ojos de conejillo asustado.
En ese momento, Arrabal puso su mano en mi hombro.
- El Desideraísmo está a las puertas. Es una revolución; una nueva vertiente de las artes y el pensamiento que afirma que todo es posible, y que pensar no cuesta dinero. ¡Y anima a los jóvenes a huir del Best- Seller sin alma! De esos libros fríos, tan ajenos a Generaciones, a pensamientos; tan ajenos a emociones, tan cegados por el dinero…
- Son – dijo, solemne, el divino Dalí – las ganas de todo, sin nada. La moda que lucha contra la moda.
Volvió a hacerse el silencio. Los pájaros trinaban, el sol brillaba, y la gente a nuestro alrededor reía por cosas totalmente ajenas.
- Creo que comienzo a entenderlo…
Y realmente comenzaba a hacerlo. Hacía tiempo que estaba asqueado de no encontrar vida más allá del Best-Seller. Y más tiempo aún hacía que había notado que mis compañeros de clase (incluido yo) vivían perdidos. Respondiendo con acciones programadas a estímulos insensibilizados (perdón si les ofende; las verdades duelen).
- Monsieur Bretagne… Si de verdad lo entiendes, tendrás que comenzar a poetizar. Poetiza tu casa, tu familia, tu calle: tu vida, y haz que la lean esa recua de agrios novelistas. Y haz que los niños que, como tú, ven el futuro de la sociedad y del arte podrido y hediondo, encuentren esta lucecita que tú has visto, y la sigan. Y la felen, y la masturben, y la rocen con sus trémulos dedos hasta sentirla, y, entonces, la aviven.
- Porque, un libro, al igual que cualquier otra manifestación artística, no puede ser sólo un libro. Tiene que ser la historia de una idea. Una idea que diga algo; y no una fábula que hable de cosas vanas y el ser en cuanto a ser.
- ¡Otro vino, por favor! – Arrabal, ya ebrio (aunque no por ello menos genial), se sonrió. – El Desideraísmo – continuó – es lo que todos los artistas deseamos que sea nuestro arte, cuando ya no podemos cambiar lo que ha sido.
- No se queje, Fernando; que al menos usted sigue vivo – comentó Dalí.
- Caballeros: – hablé - yo quiero ser desideraísta. Pero… aún no tengo demasiado claro en qué consiste.
- ¿Y crees que nosotros sí?
- Si por mí fuera – divagó el catalán – todo se reduciría a cuernos de rinoceronte…
- ¿Asique el Desideraísmo nace sin motivo?
- Señorito, permítame decirle que el mero hecho de su nacimiento, ya es un motivo para su existencia. ¿Está de acuerdo, Fernando?
- Claro – y ambos sonrieron.
Y, justo en ese momento (no en otro, sino en ese en concreto), me quedé pensativo. Realmente todo aquél asunto era una idiotez pero… podría merecer la pena. Al fin y al cabo, si en un sueño se me hablaba de cumplir mis sueños (valga la redundancia)… ¿no era ya ése suficiente pretexto? Tenía demasiadas cosas en que pensar, y dormido no podría hacerlo.
Ya era hora de despertar; debía ser domingo.
Así pues, como debe hacer todo caballero (o todo indecente farsante sin escrúpulos, como es mi caso) me despedí educadamente de los dos ilustres señores que tanto me habían inculcado, y me di la vuelta, comenzando a desandar la Rue Saint Charles, repleta de floridos balcones, hermosas postales, y turistas. Al irme, a mis espaldas pude oír preguntar a Arrabal:
- Y bien, viejo amigo; ¿qué tal se vive estando muerto?
Y, mientras mis pasos hacían eco en mis oídos, y retumbaba el escándalo del despertador en mi cabeza, oí, a lo lejos, a Dalí contestar:
- Qué curioso, Monsieur Arrabal, yo iba a preguntaros lo mismo a los dos.
Y así, con los pies fríos y la cabeza hirviendo, embutido en la cama, escribí en mi agenda, entre dudas y ensoñaciones, la frase que creo que, hasta ahora, mejor define el Desideraísmo:
“Sin ser lo que es, ni lo que no es; ni tampoco lo que ha sido, o será, queda, en mi mente, como la idea idílica de lo que podría ser.”
P.D: creo recordar que Arrabal llegó a pedirse un tercer vino.
Si aún después de leer esto no sabéis lo que el Desideraísmo es, no os preocupéis; yo tampoco lo sé, pero sí sé lo que puede significar:
y lo que puede significar es, ni más ni menos, que un ansia enorme de hacer algo con mi vida.
El Desideraísmo no es, ni más ni menos, que sentirse capaz.
Y ser desideraísta no significa, ni más ni menos que pensar. No infravaloréis esto; poca gente lo hace.
Sin más digo: yo soy desideraísta, y si lo entiendes, me encantaría que tú, seas quien seas, también lo fueras.
Salut!