Luz
¡Luz! ¡¡Luz!! Luz... Jamás se debe encender... En la oscuridad se está ciego, pero en la luz se puede corroborar con pasmosa claridad cómo lo abominable se encuentra en la propia habitación de uno mismo. Y no hay vuelta atrás.
La puerta abierta de par en par y la oscuridad más absoluta en el pasillo. Esa luz anaranjada que tantas veces te ha inspirado tranquilidad ahora ilumina la habitación en la hora más diabólica de la noche. Las sombras te observan inmóviles, todas ellas, sin que se sepa, y el reloj susurra los segundos que pasan. A los lados parece moverse algo, tus ojos te engañan presas del miedo y tu respiración lo nota volviéndose cada vez más entrecortada. No puedes dejar de mirar la puerta, arropado hasta arriba, preguntándote quién o qué la abrió mientras dormías. Lo peor es que esta vez no es una pesadilla. Ni hay forma de escapar. Suena un zumbido al fondo del pasillo. La televisión está encendida, pero no emite nada más que el granulado color gris. Puedes oírlo, pero cada vez más fuerte. El zumbido del granulado gris se oye cada vez más fuerte, como si lentamente se acercase. El reloj parece acelerarse en contar los segundos. No es el reloj, es tu corazón, y el zumbido está cada vez más cerca, avanza por el pasillo y un leve escalofrío eriza tu piel, el zumbido está cada vez más cerca y de pronto la luz que has encendido se apaga un segundo mientras el zumbido llega hasta la misma puerta de tu habitación con un ruido ensordecedor que hiela la sangre e interrumpe el aliento; rápidamente vuelve la luz.
Moviendo tan solo los ojos miras a todas partes sin comprender. El zumbido vuelve a oírse al fondo de la casa. Ningún cambio ha ocurrido. Salvo en el reloj. Se ha detenido. Ni un leve sonido viniendo de él, detenido exactamente a las tres de una madrugada cada vez más fría. Tan fría que exhalas vaho levemente. Algo toca tus pies por dentro de las sábanas, ¡saltas corriendo y huyes hasta la esquina! Con el corazón acelerado y una expresión de pavor en tu rostro observas un bulto bajo lo que era tu único escudo, moviéndose entre las sábanas, deshaciéndose lentamente hasta no quedar protuberancia alguna. El zumbido comienza a avanzar. Breves gimoteos se escapan sin control de entre tus labios mientras te arrastras pared abajo hasta quedar agachado y expuesto precisamente en la esquina posicionada frente a la puerta. Casi alcanzas a ver el fondo del pasillo, donde de un momento a otro va a asomarse el zumbido. Pero no ocurre. El zumbido aumenta de volumen en la lejanía de su estancia, cada vez más fuerte, y un ruido más se suma. Un zumbido aún más fuerte. Pero breve. Fuerte. Pero corto. Decidido. Marcando cada segundo, como lo hace un reloj pero con un sonido distinto. Cada vez más duro, cada vez más ensordecedor, cada vez más prolongado en el eco hasta que de pronto para tu estupor la luz se apaga, y el sonido cesa.
El silencio. El incómodo silencio. Y la oscuridad. La más plena. Algo roza tu nuca, y con un terrible grito sales corriendo hacia el pasillo chillando despavorido, chocando brutalmente con las paredes hasta caer, momento en el que el zumbido aparece esta vez en plena oscuridad, tan fuerte que es imposible oír tus gritos de animal horrorizado mientras te retuerces en el suelo tratando de taparte los oídos sin resultado, chillando aún más fuerte y retorciéndote cada vez más desgañitándote en el suelo hasta que tu garganta comienza a rajarse, a quebrarse, a romperse por dentro, sin parar de gritar cada vez más fuerte mientras sientes el inmenso dolor de las punzadas que deshacen tus cuerdas vocales en una tortura inaguantable triturándolas por dentro hasta que llega el silencio. Y vuelve la luz.
Un abrazo mágico
S. Alexander
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¡Luz! ¡¡Luz!! Luz... Jamás se debe encender... En la oscuridad se está ciego, pero en la luz se puede corroborar con pasmosa claridad cómo lo abominable se encuentra en la propia habitación de uno mismo. Y no hay vuelta atrás.
La puerta abierta de par en par y la oscuridad más absoluta en el pasillo. Esa luz anaranjada que tantas veces te ha inspirado tranquilidad ahora ilumina la habitación en la hora más diabólica de la noche. Las sombras te observan inmóviles, todas ellas, sin que se sepa, y el reloj susurra los segundos que pasan. A los lados parece moverse algo, tus ojos te engañan presas del miedo y tu respiración lo nota volviéndose cada vez más entrecortada. No puedes dejar de mirar la puerta, arropado hasta arriba, preguntándote quién o qué la abrió mientras dormías. Lo peor es que esta vez no es una pesadilla. Ni hay forma de escapar. Suena un zumbido al fondo del pasillo. La televisión está encendida, pero no emite nada más que el granulado color gris. Puedes oírlo, pero cada vez más fuerte. El zumbido del granulado gris se oye cada vez más fuerte, como si lentamente se acercase. El reloj parece acelerarse en contar los segundos. No es el reloj, es tu corazón, y el zumbido está cada vez más cerca, avanza por el pasillo y un leve escalofrío eriza tu piel, el zumbido está cada vez más cerca y de pronto la luz que has encendido se apaga un segundo mientras el zumbido llega hasta la misma puerta de tu habitación con un ruido ensordecedor que hiela la sangre e interrumpe el aliento; rápidamente vuelve la luz.
Moviendo tan solo los ojos miras a todas partes sin comprender. El zumbido vuelve a oírse al fondo de la casa. Ningún cambio ha ocurrido. Salvo en el reloj. Se ha detenido. Ni un leve sonido viniendo de él, detenido exactamente a las tres de una madrugada cada vez más fría. Tan fría que exhalas vaho levemente. Algo toca tus pies por dentro de las sábanas, ¡saltas corriendo y huyes hasta la esquina! Con el corazón acelerado y una expresión de pavor en tu rostro observas un bulto bajo lo que era tu único escudo, moviéndose entre las sábanas, deshaciéndose lentamente hasta no quedar protuberancia alguna. El zumbido comienza a avanzar. Breves gimoteos se escapan sin control de entre tus labios mientras te arrastras pared abajo hasta quedar agachado y expuesto precisamente en la esquina posicionada frente a la puerta. Casi alcanzas a ver el fondo del pasillo, donde de un momento a otro va a asomarse el zumbido. Pero no ocurre. El zumbido aumenta de volumen en la lejanía de su estancia, cada vez más fuerte, y un ruido más se suma. Un zumbido aún más fuerte. Pero breve. Fuerte. Pero corto. Decidido. Marcando cada segundo, como lo hace un reloj pero con un sonido distinto. Cada vez más duro, cada vez más ensordecedor, cada vez más prolongado en el eco hasta que de pronto para tu estupor la luz se apaga, y el sonido cesa.
El silencio. El incómodo silencio. Y la oscuridad. La más plena. Algo roza tu nuca, y con un terrible grito sales corriendo hacia el pasillo chillando despavorido, chocando brutalmente con las paredes hasta caer, momento en el que el zumbido aparece esta vez en plena oscuridad, tan fuerte que es imposible oír tus gritos de animal horrorizado mientras te retuerces en el suelo tratando de taparte los oídos sin resultado, chillando aún más fuerte y retorciéndote cada vez más desgañitándote en el suelo hasta que tu garganta comienza a rajarse, a quebrarse, a romperse por dentro, sin parar de gritar cada vez más fuerte mientras sientes el inmenso dolor de las punzadas que deshacen tus cuerdas vocales en una tortura inaguantable triturándolas por dentro hasta que llega el silencio. Y vuelve la luz.
Un abrazo mágico
S. Alexander
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