Haciendo limpieza de mis archivos del ordenador, he dado con este pequeño cuento que presenté para un concurso con fines benéficos.
El tema era la superación personal en las personas que sufrían cualquier tipo de minusvalía (inicio de superación, logro de esta...) y debía ir destinados a niños de hasta 14 años.
No se si os gustará, ya que no es gran cosa, pero a mi me ha hecho ilusión encontrarlo y releerlo. Ahora que lo he vuelto a leer se que me fui por las ramas y, seguramente, fuese una de las razones principales por las que no ganase. Aun así, se me reconoció como una de las historias más tiernas que se habían presentado (puke rainbow)
Espero que os guste.
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-Entonces, asustada, cogió su linterna mágica y...
-¿Por qué era mágica? –preguntó el pequeño Diego, sentándose en la cama, deseoso de saber como seguía el cuento.
Su madre volvió a acostarle y colocando de nuevo las sábanas, le miró con ternura y admiración. Solo cinco años y tenía una imaginación y afán por saber más increíbles.
-Pues... –improvisó- era mágica porque cuando la encendía, emitía una luz tan fuerte y tan blanca, que todos los malos se asustaban y huían sin hacerle daño a la niña.
-¿Y qué pasó? –se encogió con suspense agarrando las sábanas con sus manos pequeñas
-Pues que, con todo su valor, entró en el establo de su padre...
-¡Pero no puede! –volvió a incorporarse alarmado- ¡El establo está prohibido para ella por la noche! ¡Es muy peligroso!
-Acuéstate... –insistió su madre volviendo a tumbarle- Ella sabía que el establo estaba lleno de peligros por la noche, pero sentía curiosidad por saber que era lo que gemía en su interior, así que abrió la puerta y entró... –guardó unos segundos de silencio disfrutando de lo inmerso que Diego estaba en la historia- Entonces se dio cuenta de un detalle ¿Adivinas cual es? –El pequeño negó con la cabeza y la boca ligeramente abierta- Que los caballos estaban todos tranquilos.
-Entonces... –frunció el ceño intentando encajar las piezas- si los caballos no estaban asustados es que allí no había peligro... ¿no?
-¡Muy bien! –sonrió- No había peligro, pero sobre el montón de paja limpia que su padre había dejado preparado para el día siguiente vio una sombra muy pequeña, muy pequeña, que temblaba. ¿Qué crees que era?
-No lo sé... –admitió y dijo lo primero que se le ocurrió para que su madre siguiese con la historia- ¿un gato?
-Un potrillo –dijo con un ligero énfasis- pero no era normal... de su lomo salían dos..
-¡Dos grandes alas blancas como la nieve que se agitaban intentando volar hacia el cielo! –continuó el niño con alegría- ¡Era Nimbo! ¡Nimbo de pequeño!
-Así es –rió su madre- Nimbo lloraba porque se había perdido y separado de su familia
-Pero se quedó con Lara, ¿no?
-Se quedó con ella porque necesitaba que le cuidasen, pero con el tiempo se hicieron muy amigos. Lara cuidó de Nimbo mientras este crecía y se hacía fuerte –endureció la voz en esta última frase. Una sonrisa asomó en los labios de Diego- y él se convirtió en su mejor amigo y vivieron grandes aventuras.
-¿Cómo cual?
-Pues, como todas las que te he contado hasta hoy, cariño
-Pero yo quiero saber aventuras nuevas... –rogó
-Ay, Diego... hoy has dicho que querías saber como Lara encontró a Nimbo...
-Por favor... –insistió poniendo ojos de cachorrillo abandonado- una cortita...
-¡Está bien! –Diego se revolvió nervioso entre las sábanas- Hoy te voy a contar...
-Puedes contarle la aventura en el Monte de los Centauros –intervino una voz masculina a sus espaldas. Allí estaba su marido y el padre del chico, Oscar, que les miraba a los dos con curiosidad- ¿Os importa si me uno?
-¡Papá! –exclamó Diego- ¡Ven, ponte aquí conmigo! –Oscar fue a sentarse junto a él y miró con atención infantil a su esposa- ¡Venga mamá! ¡Cuenta lo de los centauros!
-Bien, pues resulta que en uno de los viajes de Lara y Nimbo, llegaron a un monte muy alto...
* * *
Descendieron con suavidad sobre la hierba húmeda y Nimbo trotó con elegancia hasta detenerse en el interior del bosque. Lara sintió como las manos se le habían quedado frías al sujetar las riendas con fuerza durante el vuelo y le costó abrirlas completamente.
-Nimbo, ¿dónde estamos? –preguntó admirando con fascinación los bosques que les rodeaban.
Los árboles, altos y robustos, abrían sus copas impidiendo que el sol entrase con plenitud y sus rayos se esforzasen casi en vano por tocar el suelo, el cual, por este motivo, permanecía húmedo constantemente.
Sin descender del animal, avanzaron atravesando el bosque, paseando con calma entre los árboles que parecían susurrar cosas en el lenguaje de las hadas.
-¿Entiendes lo que dicen? –le susurró al pegaso mirando a su alrededor
Sabía que el animal no hablaba, pero sentía que le entendía, que comprendía el significado de sus palabras y, muchas veces, parecía que la contestaba. En esta ocasión, resopló mientras agitaba sus crines tostadas.
Pasearon durante horas hasta detenerse junto a un pequeño manantial de aguas claras y frías. Allí bebieron y Lara abrió su mochila para sacar la comida que llevaba. Nimbo se agitó impaciente.
-Toma –le dijo dándole una de las zanahorias que llevaba para él. El pegaso la devoró mientras la niña le acariciaba el cuello.
Contempló con fascinación al ejemplar. Su pelaje había pasado del blanco más pulcro, al dorado más brillante que se pudiese imaginar. Sus crines, teñidas de ligeros tonos tostados, caían sobre su cuello joven y fuerte. Sin embargo, sus ojos seguían siendo negros como el azabache. Más negros que el carbón que se extraía de las minas no lejanas a su poblado.
Almorzaron frugalmente, mientras escuchaban el rumor de los árboles, el canto de las aves, el murmullo del agua y los suspiros del bosque entero. Iban a continuar su paseo, cuando el sonido de un trote llamó la atención de los dos. A lo lejos, vieron como varios seres, mitad caballo, mitad hombre, corrían monte abajo.
Disparaban con sus arcos a aquello que estuviesen persiguiendo y, por sus gritos, parecía que fallaban y su presa era escurridiza.
Sin demorarse, Lara subió sobre Nimbo y le espoleó para que él también corriese en aquella dirección. Quería ver que sucedía, por lo que tensó las riendas de Nimbo y este echó a volar de forma rasante hasta que encontró un pequeño claro y pudo sobrepasar el follaje de los árboles.
Pudo sentir como el viento helado de la montaña abrazaba su cuerpo, como un vacío aparecía por unos segundos en su estómago. Se aferró con fuerza a las riendas y examinó el entorno.
Sobrevolaban el bosque, a través del cual podía ver alguna vez algún centauro. Al frente, a escasos metros de ellos, se abría un claro que terminaba en precipicio. Fuere lo que fuese aquello que perseguían, estaba acorralado.
Guió a Nimbo hacia los límites del bosque, donde la espesura se rebajaba notablemente. De esta forma pudo vislumbrar la escena al completo. Un pobre chico huía a lomos de un corcel negro mientras protegía un bulto con su propio cuerpo.
Sin dudarlo, se lanzó en picado interponiéndose entre los centauros y el chico. Los hombres-caballo los rodearon a los dos al borde del precipicio.
-¡Estás a tiempo, chico! –dijo uno de ellos apuntándole con el arco- ¡Suéltalo y no pasará nada!
-¡No! –gritó- ¡le matareis!
-¡Pero eso no te incumbe a ti! –dijo otro
-¡Claro que me incumbe!
-¡Dejadle! –intervino Lara
-¡¿Y tú quién eres?! –preguntó el primero
-Yo... yo...
-Niña, márchate. Esto no va contigo.
Sabiendo que no debía quedarse, enfiló a Nimbo hacia el bosque. Los centauros se retiraron para dejarla salir mientras la miraban con una mezcla de desprecio y curiosidad. Este hueco fue aprovechado por el chico, que espoleó a su caballo y atravesó la fila como una exhalación, dejando a los centauros desconcertados que tardaron en reanudar la persecución.
Lara y Nimbo trotaron hasta ponerse a su altura.
-¡Sube a mi caballo! –gritó Lara- ¡Vuela, es inalcanzable!
-¡No pienses que es el único! –contestó el muchacho dando una sacudida a las riendas. Su caballo negro desplegó dos alas del mismo color y, tras agitarlas con violencia durante unos segundos, alzó el vuelo.
Lara también le ordenó a Nimbo volar mientras las voces y las flechas de los centauros les pasaban rozando.
* * *
-Después Lara y Osnark, que así se llamaba el chico, se hicieron amigos y... –un gesto de Oscar la sacó de su ensoñación. Su marido le señalaba a Diego, que dormía apaciblemente.
-Ya le contarás la boda otro día –susurró- Ahora, vámonos a dormir nosotros también –le dio un pequeño beso en los labios y abandonó la habitación.
Mara colocó por última vez, aquella noche, las sábanas de Diego y salió del cuarto de su hijo. Mientras atravesaba el pasillo de la vieja granja, vio por una de sus ventanas como la luna iluminaba los establos.
Caminó hasta su cuarto, donde Oscar ya estaba acostado. Abrió el armario y, con cuidado de no hacer ruido, extrajo su caja de los recuerdos.
Salió a la salita, donde encendió la lamparilla y contempló el contenido de la caja. Un cartucho de bala, fotos de Oscar y ella cuando eran jóvenes. De sus paseos a caballo por los bosques de la zona. Su caballo Lino y el de Oscar, Rost. Un ejemplar rubio y otro negro azabache. También había fotos del pequeño lobezno que salvaron cuando se conocieron, recortes de periódico. Unos cazadores detenidos, un accidente en una pequeña granja...
Cubierta por todas estas cosas y otras más, reposaba una pequeña linterna de juguete. El color rosa fuerte destacaba sobre la madera de la caja, así como las estrellas amarillas que tenía dibujadas.
Le puso pilas y comprobó que aun funcionaba. Esta proyectó una línea de luz blanca sobre la pared... una luz que asustaría a un monstruo.
Cogió su abrigo y salió al exterior. La brisa nocturna pareció alborozarse con su presencia y agitó sus cabellos, así como su ropa provocando que se le erizase el pelo. Recordó la noche que descubrió a Lino.
Aquella noche ella escuchó ruidos en el establo y comprobó que salía luz de él. Aun sabiendo que tenía prohibido salir de noche de la granja, cogió su linterna y se aventuró a curiosear. Cuando llegó, oyó varias voces salir del interior, entre ellas las de su padre. Aguardó unos segundos antes de atreverse a abrir la portada que cerraba el establo, pero finalmente lo hizo. Cuando cruzó el umbral, vio un pequeño potro tumbado junto a Lina, la yegua favorita de su padre. Era marrón pajizo, aunque ella lo recordaba completamente blanco.
Abrió de nuevo la portada del establo como otras tantas veces y los caballos resoplaron al sentir su presencia. Una vez la reconocieron, se tranquilizaron.
Lino la miraba con curiosidad desde su caballeriza. Junto a él, Rost parecía protestar por la interrupción de su sueño.
Caminó hasta ellos y acarició sus hocicos tras darles las zanahorias que les había cogido. Ya estaban mayores y apenas aguantaban pequeños paseos por los prados de alrededor, pero eran queridos por toda la familia. Queridos incluso por Diego, tras el percance que le dejó para el resto de su vida en silla de ruedas. Le vino a su mente el recuerdo de Lino nervioso y Diego caído inconsciente junto a él.
Una lágrima resbaló por su mejilla al no poder contener más la angustia que sentía. Le dolía tener que inventarse las historias de Nimbo para que su hijo no temiese a los caballos con los que estaba obligado a convivir toda su vida. Solo cinco años y tenía una dura vida por delante. Una vida que, aun estando en esa situación, Diego disfrutaba día a día con entusiasmo. Tenía una voluntad muy fuerte y lo había demostrado en el último medio año.
Una voz la sacó de su nube de recuerdos.
-Gracias por salvarme de aquellos cazadores, Lara –murmuró Oscar desde la entrada, apoyado en la pared.
-Gracias a ti por volar conmigo, Osnark –sonrió
-Yo creo que Diego ya no les teme –dijo situándose a su lado y acariciando a los caballos- Va siendo hora de que le cuentes cuentos sobre un niño en silla de ruedas. Una silla mágica o algo así... un niño que sea un modelo a seguir para él.
-¿Un nuevo amigo de Lara?
-Algo así...
Ya no eran los jóvenes que se recorrían las montañas en busca de rincones secretos, en busca de animales heridos o perseguidos por cazadores. Al igual que sus caballos ya no eran aquellos ejemplares que atravesaban duros terrenos caminando durante horas y sin descanso.
Ya no eran esos pegasos que no corrían, sino volaban.
El tema era la superación personal en las personas que sufrían cualquier tipo de minusvalía (inicio de superación, logro de esta...) y debía ir destinados a niños de hasta 14 años.
No se si os gustará, ya que no es gran cosa, pero a mi me ha hecho ilusión encontrarlo y releerlo. Ahora que lo he vuelto a leer se que me fui por las ramas y, seguramente, fuese una de las razones principales por las que no ganase. Aun así, se me reconoció como una de las historias más tiernas que se habían presentado (puke rainbow)
Espero que os guste.
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Pegaso
-Entonces, asustada, cogió su linterna mágica y...
-¿Por qué era mágica? –preguntó el pequeño Diego, sentándose en la cama, deseoso de saber como seguía el cuento.
Su madre volvió a acostarle y colocando de nuevo las sábanas, le miró con ternura y admiración. Solo cinco años y tenía una imaginación y afán por saber más increíbles.
-Pues... –improvisó- era mágica porque cuando la encendía, emitía una luz tan fuerte y tan blanca, que todos los malos se asustaban y huían sin hacerle daño a la niña.
-¿Y qué pasó? –se encogió con suspense agarrando las sábanas con sus manos pequeñas
-Pues que, con todo su valor, entró en el establo de su padre...
-¡Pero no puede! –volvió a incorporarse alarmado- ¡El establo está prohibido para ella por la noche! ¡Es muy peligroso!
-Acuéstate... –insistió su madre volviendo a tumbarle- Ella sabía que el establo estaba lleno de peligros por la noche, pero sentía curiosidad por saber que era lo que gemía en su interior, así que abrió la puerta y entró... –guardó unos segundos de silencio disfrutando de lo inmerso que Diego estaba en la historia- Entonces se dio cuenta de un detalle ¿Adivinas cual es? –El pequeño negó con la cabeza y la boca ligeramente abierta- Que los caballos estaban todos tranquilos.
-Entonces... –frunció el ceño intentando encajar las piezas- si los caballos no estaban asustados es que allí no había peligro... ¿no?
-¡Muy bien! –sonrió- No había peligro, pero sobre el montón de paja limpia que su padre había dejado preparado para el día siguiente vio una sombra muy pequeña, muy pequeña, que temblaba. ¿Qué crees que era?
-No lo sé... –admitió y dijo lo primero que se le ocurrió para que su madre siguiese con la historia- ¿un gato?
-Un potrillo –dijo con un ligero énfasis- pero no era normal... de su lomo salían dos..
-¡Dos grandes alas blancas como la nieve que se agitaban intentando volar hacia el cielo! –continuó el niño con alegría- ¡Era Nimbo! ¡Nimbo de pequeño!
-Así es –rió su madre- Nimbo lloraba porque se había perdido y separado de su familia
-Pero se quedó con Lara, ¿no?
-Se quedó con ella porque necesitaba que le cuidasen, pero con el tiempo se hicieron muy amigos. Lara cuidó de Nimbo mientras este crecía y se hacía fuerte –endureció la voz en esta última frase. Una sonrisa asomó en los labios de Diego- y él se convirtió en su mejor amigo y vivieron grandes aventuras.
-¿Cómo cual?
-Pues, como todas las que te he contado hasta hoy, cariño
-Pero yo quiero saber aventuras nuevas... –rogó
-Ay, Diego... hoy has dicho que querías saber como Lara encontró a Nimbo...
-Por favor... –insistió poniendo ojos de cachorrillo abandonado- una cortita...
-¡Está bien! –Diego se revolvió nervioso entre las sábanas- Hoy te voy a contar...
-Puedes contarle la aventura en el Monte de los Centauros –intervino una voz masculina a sus espaldas. Allí estaba su marido y el padre del chico, Oscar, que les miraba a los dos con curiosidad- ¿Os importa si me uno?
-¡Papá! –exclamó Diego- ¡Ven, ponte aquí conmigo! –Oscar fue a sentarse junto a él y miró con atención infantil a su esposa- ¡Venga mamá! ¡Cuenta lo de los centauros!
-Bien, pues resulta que en uno de los viajes de Lara y Nimbo, llegaron a un monte muy alto...
* * *
Descendieron con suavidad sobre la hierba húmeda y Nimbo trotó con elegancia hasta detenerse en el interior del bosque. Lara sintió como las manos se le habían quedado frías al sujetar las riendas con fuerza durante el vuelo y le costó abrirlas completamente.
-Nimbo, ¿dónde estamos? –preguntó admirando con fascinación los bosques que les rodeaban.
Los árboles, altos y robustos, abrían sus copas impidiendo que el sol entrase con plenitud y sus rayos se esforzasen casi en vano por tocar el suelo, el cual, por este motivo, permanecía húmedo constantemente.
Sin descender del animal, avanzaron atravesando el bosque, paseando con calma entre los árboles que parecían susurrar cosas en el lenguaje de las hadas.
-¿Entiendes lo que dicen? –le susurró al pegaso mirando a su alrededor
Sabía que el animal no hablaba, pero sentía que le entendía, que comprendía el significado de sus palabras y, muchas veces, parecía que la contestaba. En esta ocasión, resopló mientras agitaba sus crines tostadas.
Pasearon durante horas hasta detenerse junto a un pequeño manantial de aguas claras y frías. Allí bebieron y Lara abrió su mochila para sacar la comida que llevaba. Nimbo se agitó impaciente.
-Toma –le dijo dándole una de las zanahorias que llevaba para él. El pegaso la devoró mientras la niña le acariciaba el cuello.
Contempló con fascinación al ejemplar. Su pelaje había pasado del blanco más pulcro, al dorado más brillante que se pudiese imaginar. Sus crines, teñidas de ligeros tonos tostados, caían sobre su cuello joven y fuerte. Sin embargo, sus ojos seguían siendo negros como el azabache. Más negros que el carbón que se extraía de las minas no lejanas a su poblado.
Almorzaron frugalmente, mientras escuchaban el rumor de los árboles, el canto de las aves, el murmullo del agua y los suspiros del bosque entero. Iban a continuar su paseo, cuando el sonido de un trote llamó la atención de los dos. A lo lejos, vieron como varios seres, mitad caballo, mitad hombre, corrían monte abajo.
Disparaban con sus arcos a aquello que estuviesen persiguiendo y, por sus gritos, parecía que fallaban y su presa era escurridiza.
Sin demorarse, Lara subió sobre Nimbo y le espoleó para que él también corriese en aquella dirección. Quería ver que sucedía, por lo que tensó las riendas de Nimbo y este echó a volar de forma rasante hasta que encontró un pequeño claro y pudo sobrepasar el follaje de los árboles.
Pudo sentir como el viento helado de la montaña abrazaba su cuerpo, como un vacío aparecía por unos segundos en su estómago. Se aferró con fuerza a las riendas y examinó el entorno.
Sobrevolaban el bosque, a través del cual podía ver alguna vez algún centauro. Al frente, a escasos metros de ellos, se abría un claro que terminaba en precipicio. Fuere lo que fuese aquello que perseguían, estaba acorralado.
Guió a Nimbo hacia los límites del bosque, donde la espesura se rebajaba notablemente. De esta forma pudo vislumbrar la escena al completo. Un pobre chico huía a lomos de un corcel negro mientras protegía un bulto con su propio cuerpo.
Sin dudarlo, se lanzó en picado interponiéndose entre los centauros y el chico. Los hombres-caballo los rodearon a los dos al borde del precipicio.
-¡Estás a tiempo, chico! –dijo uno de ellos apuntándole con el arco- ¡Suéltalo y no pasará nada!
-¡No! –gritó- ¡le matareis!
-¡Pero eso no te incumbe a ti! –dijo otro
-¡Claro que me incumbe!
-¡Dejadle! –intervino Lara
-¡¿Y tú quién eres?! –preguntó el primero
-Yo... yo...
-Niña, márchate. Esto no va contigo.
Sabiendo que no debía quedarse, enfiló a Nimbo hacia el bosque. Los centauros se retiraron para dejarla salir mientras la miraban con una mezcla de desprecio y curiosidad. Este hueco fue aprovechado por el chico, que espoleó a su caballo y atravesó la fila como una exhalación, dejando a los centauros desconcertados que tardaron en reanudar la persecución.
Lara y Nimbo trotaron hasta ponerse a su altura.
-¡Sube a mi caballo! –gritó Lara- ¡Vuela, es inalcanzable!
-¡No pienses que es el único! –contestó el muchacho dando una sacudida a las riendas. Su caballo negro desplegó dos alas del mismo color y, tras agitarlas con violencia durante unos segundos, alzó el vuelo.
Lara también le ordenó a Nimbo volar mientras las voces y las flechas de los centauros les pasaban rozando.
* * *
-Después Lara y Osnark, que así se llamaba el chico, se hicieron amigos y... –un gesto de Oscar la sacó de su ensoñación. Su marido le señalaba a Diego, que dormía apaciblemente.
-Ya le contarás la boda otro día –susurró- Ahora, vámonos a dormir nosotros también –le dio un pequeño beso en los labios y abandonó la habitación.
Mara colocó por última vez, aquella noche, las sábanas de Diego y salió del cuarto de su hijo. Mientras atravesaba el pasillo de la vieja granja, vio por una de sus ventanas como la luna iluminaba los establos.
Caminó hasta su cuarto, donde Oscar ya estaba acostado. Abrió el armario y, con cuidado de no hacer ruido, extrajo su caja de los recuerdos.
Salió a la salita, donde encendió la lamparilla y contempló el contenido de la caja. Un cartucho de bala, fotos de Oscar y ella cuando eran jóvenes. De sus paseos a caballo por los bosques de la zona. Su caballo Lino y el de Oscar, Rost. Un ejemplar rubio y otro negro azabache. También había fotos del pequeño lobezno que salvaron cuando se conocieron, recortes de periódico. Unos cazadores detenidos, un accidente en una pequeña granja...
Cubierta por todas estas cosas y otras más, reposaba una pequeña linterna de juguete. El color rosa fuerte destacaba sobre la madera de la caja, así como las estrellas amarillas que tenía dibujadas.
Le puso pilas y comprobó que aun funcionaba. Esta proyectó una línea de luz blanca sobre la pared... una luz que asustaría a un monstruo.
Cogió su abrigo y salió al exterior. La brisa nocturna pareció alborozarse con su presencia y agitó sus cabellos, así como su ropa provocando que se le erizase el pelo. Recordó la noche que descubrió a Lino.
Aquella noche ella escuchó ruidos en el establo y comprobó que salía luz de él. Aun sabiendo que tenía prohibido salir de noche de la granja, cogió su linterna y se aventuró a curiosear. Cuando llegó, oyó varias voces salir del interior, entre ellas las de su padre. Aguardó unos segundos antes de atreverse a abrir la portada que cerraba el establo, pero finalmente lo hizo. Cuando cruzó el umbral, vio un pequeño potro tumbado junto a Lina, la yegua favorita de su padre. Era marrón pajizo, aunque ella lo recordaba completamente blanco.
Abrió de nuevo la portada del establo como otras tantas veces y los caballos resoplaron al sentir su presencia. Una vez la reconocieron, se tranquilizaron.
Lino la miraba con curiosidad desde su caballeriza. Junto a él, Rost parecía protestar por la interrupción de su sueño.
Caminó hasta ellos y acarició sus hocicos tras darles las zanahorias que les había cogido. Ya estaban mayores y apenas aguantaban pequeños paseos por los prados de alrededor, pero eran queridos por toda la familia. Queridos incluso por Diego, tras el percance que le dejó para el resto de su vida en silla de ruedas. Le vino a su mente el recuerdo de Lino nervioso y Diego caído inconsciente junto a él.
Una lágrima resbaló por su mejilla al no poder contener más la angustia que sentía. Le dolía tener que inventarse las historias de Nimbo para que su hijo no temiese a los caballos con los que estaba obligado a convivir toda su vida. Solo cinco años y tenía una dura vida por delante. Una vida que, aun estando en esa situación, Diego disfrutaba día a día con entusiasmo. Tenía una voluntad muy fuerte y lo había demostrado en el último medio año.
Una voz la sacó de su nube de recuerdos.
-Gracias por salvarme de aquellos cazadores, Lara –murmuró Oscar desde la entrada, apoyado en la pared.
-Gracias a ti por volar conmigo, Osnark –sonrió
-Yo creo que Diego ya no les teme –dijo situándose a su lado y acariciando a los caballos- Va siendo hora de que le cuentes cuentos sobre un niño en silla de ruedas. Una silla mágica o algo así... un niño que sea un modelo a seguir para él.
-¿Un nuevo amigo de Lara?
-Algo así...
Ya no eran los jóvenes que se recorrían las montañas en busca de rincones secretos, en busca de animales heridos o perseguidos por cazadores. Al igual que sus caballos ya no eran aquellos ejemplares que atravesaban duros terrenos caminando durante horas y sin descanso.
Ya no eran esos pegasos que no corrían, sino volaban.