Bueno, pues esta es una de mis mini historias para concursos, asique, ahí va
AGUA
Agua. Cristalina y transparente, fluyendo con tranquilidad. Pequeñas burbujas que brotaban rozando mi cuerpo levemente, mientras se hundía en el fondo del río, donde aquella noche se reflejaba la luna. Diminutos copos de nieve descendían desde el oscuro cielo cubierto de nubes borrascosas, posándose en la orilla; esperando a derretirse con la llegada del nuevo día. Cual ligera hoja arrastrada por el fuerte viento del invierno, mi cuerpo, inmóvil, se dejaba llevar por la corriente. Mientras por mi mente sólo pasaban preguntas…¿Qué hago yo aquí? ¿Cómo he llegado? Mi memoria en blanco…iba a la deriva, aunque mi rumbo estaba decidido: la perdición.
Me consideraba una persona afortunada, tenía una casa, una familia, buena salud y unos amigos maravillosos; aunque todo dio un giro inesperado en mi vida. Mi mejor amigo, Guillermo, estaba… muerto. Recordar aquello era doloroso para mí, pero olvidarlo era aún mas, por eso siempre estaba en mi mente, vagando por los recovecos de mi conciencia. Antes de darme cuenta, la corriente me había llevado hasta la orilla, donde mi cuerpo, congelado, casi sin vida, pudo reposar en la nieve. Los copos se posaban en mi cara, convirtiéndose en agua, mientras se deslizaban por mi pálida mejilla. Mi boca, entreabierta, dejaba salir leves bocanadas de aire que desaparecían en el viento.
Aún tengo presente el fatídico día en el que Guillermo me advertía de lo que iba a ocurrir .Era un día soleado, estábamos sentados en el césped del parque hablando de nuestro futuro, de lo que haríamos al terminar bachillerato.
- Yo quiero irme a Madrid, a sacarme la licenciatura de arquitecto.- dijo él.
- ¿licenciatura? ¡Eso para nosotros ya no vale! Con lo del plan Bolonia se han eliminado las licenciaturas.- me quejé.
- ¿Qué? ¡No fastidies! Con lo bonito que queda en un currículo “licenciado en…”-
- jajaja No te preocupes, aún puedes hacer un Máster.- dije en un acto de consuelo.
- No es lo mismo… ¡qué rabia!-
Entre risas, me tumbé en el césped y puse las manos debajo de mi cabeza. Miré al cielo, despejado y de color azul. El ambiente era cálido y tranquilo, se respiraba la paz. Pero la voz seria de Guillermo rompió el silencio.
- Vanesa… ¿qué harías si yo muriera?-
Me levanté sobresaltada por aquella macabra pregunta y le miré a los ojos inquietamente.
- ¿Qué?...- tragué saliva - … ¡¿pero qué dices?!- dije mientras le daba un capón- ¡esa pregunta es demasiado tétrica incluso para ti!-
Guillermo, en algunos casos, era muy sombrío y misterioso, pero no estaba muy acorde a su personalidad, ya que él era alegre y atento. Su pelo era negro y siempre estaba agarrado por una goma, aunque dejaba que un par de mechones cayesen por su frente.
Él era muy diferente a mí. Yo me consideraba una persona inquieta y poco segura, podría decirse que era muy tímida. Mi pelo corto y marrón con un flequillo que ocultaba mis ojos de un color común.
- eh, aún no me has respondido.- dijo situando su cara en medio de la mía.
- ¿y qué quieres que diga? Pues no sé lo que haría...- si, si lo sabía. Me derrumbaría como un árbol viejo y escuálido. Guillermo lo era todo para mí, sin él no sabría qué hacer. Hemos pasado tantos momentos buenos…
- Pues vaya…- puso morros- … yo, si tu ya no estuvieses, me iría contigo…- dijo mientras se tumbaba.
- No digas tonterías, aún falta mucho para eso…- musité mientras me tumbaba junto a él.
Esa conversación me hizo pensar, ¿es que había algo que tenía que decirme?, normalmente no hacía ese tipo de preguntas de repente.
Esa tarde fue la última vez que supe algo de él.
Semanas después, la madre de Guillermo, Elisa, vino a mi casa para hablar conmigo y mis padres. Se sentó en el sofá del salón, su expresión era triste y preocupada, fue en el momento en el que la vi que supe que algo iba mal.
- Verán… quería hablarles sobre Guillermo…- he ahí mi desgracia…- … él… los médicos…- hizo una breve pausa para coger aire, pero mis nervios eran tales que no pude contenerme.
- ¡¿QUÉ?! ¡Dígalo! ¿¡Qué le ocurre!? – me levanté del sillón y grité.
Elisa dio un brinco tras mi reacción y siguió hablando.
- Pues… los médicos le hicieron unas pruebas y… le han diagnosticado… un cáncer cerebral…- la mujer, no pudo evitar llorar después de decirlo.
Mi cuerpo, inmóvil, calló al sillón como un saco y mi cabeza se volteó hacia abajo mientras mis ojos miraban al vacío. Así me sentía yo: vacía. Mi madre me consoló con un abrazo y mi padre fue con Elisa para tranquilizarla.
- ¿Por qué no me lo dijo?...- musité.
En ese momento comprendí la extraña pregunta de aquel día. Supuse que no tuvo la suficiente fuerza para decírmelo.
Aparté los brazos de mi madre y me levanté. Con mis dedos retiré las pequeñas lágrimas que salían de mis ojos y me armé de valor para no llorar. Elisa me miró. Apreté los puños con fuerza.
- Quiero ir a verle…- mi voz sonaba ronca y desanimada.-… quiero ayudarle en todo lo que pueda…-
Dicho esto, me dirigí hacia el Hospital para dar cara a mi temor de ver a mi mejor amigo mientras se debilitaba poco a poco. Me adentré en aquel lugar lleno de pasillos y enfermeros caminando de un lado para otro. Se notaba un ambiente cargado y poco confortable para mi gusto.
Al final del pasillo número tres, llegamos a la habitación 777 donde estaba Guillermo. Abrí la puerta y un escalofrío invadió mi cuerpo, ¿aguantaría las ganas de llorar? Sí, lo haría por él. Le vi sentado en la cama con un gorro y con su guitarra, afinándola como si nada. Volteó la cabeza y sin pensárselo, se abalanzó sobre mí diciendo mi nombre con tal ilusión que lo único que pude hacer fue abrazarle fuertemente.
Estuve ayudándole durante la quimioterapia y me quedaba junto a él cuando no le estaban haciendo la radioterapia o análisis, quería estar todo el tiempo que pudiera.
Todas las noches rezaba para que pasase aquella pesadilla, que él volviera al instituto y poder terminar el bachillerato juntos.
Un día fui como siempre al hospital, a la habitación 777, esperando ver el pasillo despejado igual, pero no fue eso lo que vi. Mis ojos se abrieron al máximo mientras Elisa lloraba en aquel pasillo con el consuelo de una enfermera. Ésta me miró y sin pensarlo, salí corriendo de aquel lugar que no olía más que a tristeza.
Corrí y corrí por las calles intentando buscar tranquilidad en algún lugar, pero no había nada que me agradase en esos momentos, y llegó la noche. Mis puños cerrados fuertemente al igual que mis ojos, impidiendo que unas lágrimas saliesen de ellos. Me detuve en el parque en el que estuve con Guillermo la última vez y recordé su paranoica pregunta… que no paraba de resonar por mi conciencia “¿qué harías?”.
- Él lo haría por mi…- musité mientras me acercaba al río situado a pocos centímetros de mi posición.-… yo… ¿lo haría por él?- mis pies se aproximaron al borde y mis ojos se clavaron en el reflejo de la luna en aquellas aguas cristalinas. Me dejé caer en la que sería mi perdición. No sabía dónde me llevaría la corriente, pero me daba igual; había perdido a mi mejor amigo y mis únicas ganas de vivir.
Por ello, ahora estoy aquí, a orillas del río, con mi cuerpo congelado y moribundo.
Abrí los ojos e intenté incorporarme, pero no tenía la suficiente fuerza como para hacerlo; pero, me di cuenta de que tenía algo en el bolsillo de la chaqueta. Moví mi mano temblorosa lentamente hacia él y cogí un papel que estaba mojado. Alcé mi otra mano con las pocas fuerzas que me quedaban y comencé a desdoblar el papelito, era una nota. Había escrita una frase corta, pero que hizo que mis ojos dejasen caer pequeñas lágrimas y que mi boca esbozase una sonrisa; era la letra de Guillermo. Me armé de fuerzas y me incorporé hasta quedar de pie sobre la nieve. Caminé hasta el primer local para llamar a mi casa e intenté continuar con mi vida. Teniendo siempre en mi mente a mi mejor amigo y la mejor nota que me hayan podido escribir en toda mi vida:
“Tú no lo hagas.”
Me consideraba una persona afortunada, tenía una casa, una familia, buena salud y unos amigos maravillosos; aunque todo dio un giro inesperado en mi vida. Mi mejor amigo, Guillermo, estaba… muerto. Recordar aquello era doloroso para mí, pero olvidarlo era aún mas, por eso siempre estaba en mi mente, vagando por los recovecos de mi conciencia. Antes de darme cuenta, la corriente me había llevado hasta la orilla, donde mi cuerpo, congelado, casi sin vida, pudo reposar en la nieve. Los copos se posaban en mi cara, convirtiéndose en agua, mientras se deslizaban por mi pálida mejilla. Mi boca, entreabierta, dejaba salir leves bocanadas de aire que desaparecían en el viento.
Aún tengo presente el fatídico día en el que Guillermo me advertía de lo que iba a ocurrir .Era un día soleado, estábamos sentados en el césped del parque hablando de nuestro futuro, de lo que haríamos al terminar bachillerato.
- Yo quiero irme a Madrid, a sacarme la licenciatura de arquitecto.- dijo él.
- ¿licenciatura? ¡Eso para nosotros ya no vale! Con lo del plan Bolonia se han eliminado las licenciaturas.- me quejé.
- ¿Qué? ¡No fastidies! Con lo bonito que queda en un currículo “licenciado en…”-
- jajaja No te preocupes, aún puedes hacer un Máster.- dije en un acto de consuelo.
- No es lo mismo… ¡qué rabia!-
Entre risas, me tumbé en el césped y puse las manos debajo de mi cabeza. Miré al cielo, despejado y de color azul. El ambiente era cálido y tranquilo, se respiraba la paz. Pero la voz seria de Guillermo rompió el silencio.
- Vanesa… ¿qué harías si yo muriera?-
Me levanté sobresaltada por aquella macabra pregunta y le miré a los ojos inquietamente.
- ¿Qué?...- tragué saliva - … ¡¿pero qué dices?!- dije mientras le daba un capón- ¡esa pregunta es demasiado tétrica incluso para ti!-
Guillermo, en algunos casos, era muy sombrío y misterioso, pero no estaba muy acorde a su personalidad, ya que él era alegre y atento. Su pelo era negro y siempre estaba agarrado por una goma, aunque dejaba que un par de mechones cayesen por su frente.
Él era muy diferente a mí. Yo me consideraba una persona inquieta y poco segura, podría decirse que era muy tímida. Mi pelo corto y marrón con un flequillo que ocultaba mis ojos de un color común.
- eh, aún no me has respondido.- dijo situando su cara en medio de la mía.
- ¿y qué quieres que diga? Pues no sé lo que haría...- si, si lo sabía. Me derrumbaría como un árbol viejo y escuálido. Guillermo lo era todo para mí, sin él no sabría qué hacer. Hemos pasado tantos momentos buenos…
- Pues vaya…- puso morros- … yo, si tu ya no estuvieses, me iría contigo…- dijo mientras se tumbaba.
- No digas tonterías, aún falta mucho para eso…- musité mientras me tumbaba junto a él.
Esa conversación me hizo pensar, ¿es que había algo que tenía que decirme?, normalmente no hacía ese tipo de preguntas de repente.
Esa tarde fue la última vez que supe algo de él.
Semanas después, la madre de Guillermo, Elisa, vino a mi casa para hablar conmigo y mis padres. Se sentó en el sofá del salón, su expresión era triste y preocupada, fue en el momento en el que la vi que supe que algo iba mal.
- Verán… quería hablarles sobre Guillermo…- he ahí mi desgracia…- … él… los médicos…- hizo una breve pausa para coger aire, pero mis nervios eran tales que no pude contenerme.
- ¡¿QUÉ?! ¡Dígalo! ¿¡Qué le ocurre!? – me levanté del sillón y grité.
Elisa dio un brinco tras mi reacción y siguió hablando.
- Pues… los médicos le hicieron unas pruebas y… le han diagnosticado… un cáncer cerebral…- la mujer, no pudo evitar llorar después de decirlo.
Mi cuerpo, inmóvil, calló al sillón como un saco y mi cabeza se volteó hacia abajo mientras mis ojos miraban al vacío. Así me sentía yo: vacía. Mi madre me consoló con un abrazo y mi padre fue con Elisa para tranquilizarla.
- ¿Por qué no me lo dijo?...- musité.
En ese momento comprendí la extraña pregunta de aquel día. Supuse que no tuvo la suficiente fuerza para decírmelo.
Aparté los brazos de mi madre y me levanté. Con mis dedos retiré las pequeñas lágrimas que salían de mis ojos y me armé de valor para no llorar. Elisa me miró. Apreté los puños con fuerza.
- Quiero ir a verle…- mi voz sonaba ronca y desanimada.-… quiero ayudarle en todo lo que pueda…-
Dicho esto, me dirigí hacia el Hospital para dar cara a mi temor de ver a mi mejor amigo mientras se debilitaba poco a poco. Me adentré en aquel lugar lleno de pasillos y enfermeros caminando de un lado para otro. Se notaba un ambiente cargado y poco confortable para mi gusto.
Al final del pasillo número tres, llegamos a la habitación 777 donde estaba Guillermo. Abrí la puerta y un escalofrío invadió mi cuerpo, ¿aguantaría las ganas de llorar? Sí, lo haría por él. Le vi sentado en la cama con un gorro y con su guitarra, afinándola como si nada. Volteó la cabeza y sin pensárselo, se abalanzó sobre mí diciendo mi nombre con tal ilusión que lo único que pude hacer fue abrazarle fuertemente.
Estuve ayudándole durante la quimioterapia y me quedaba junto a él cuando no le estaban haciendo la radioterapia o análisis, quería estar todo el tiempo que pudiera.
Todas las noches rezaba para que pasase aquella pesadilla, que él volviera al instituto y poder terminar el bachillerato juntos.
Un día fui como siempre al hospital, a la habitación 777, esperando ver el pasillo despejado igual, pero no fue eso lo que vi. Mis ojos se abrieron al máximo mientras Elisa lloraba en aquel pasillo con el consuelo de una enfermera. Ésta me miró y sin pensarlo, salí corriendo de aquel lugar que no olía más que a tristeza.
Corrí y corrí por las calles intentando buscar tranquilidad en algún lugar, pero no había nada que me agradase en esos momentos, y llegó la noche. Mis puños cerrados fuertemente al igual que mis ojos, impidiendo que unas lágrimas saliesen de ellos. Me detuve en el parque en el que estuve con Guillermo la última vez y recordé su paranoica pregunta… que no paraba de resonar por mi conciencia “¿qué harías?”.
- Él lo haría por mi…- musité mientras me acercaba al río situado a pocos centímetros de mi posición.-… yo… ¿lo haría por él?- mis pies se aproximaron al borde y mis ojos se clavaron en el reflejo de la luna en aquellas aguas cristalinas. Me dejé caer en la que sería mi perdición. No sabía dónde me llevaría la corriente, pero me daba igual; había perdido a mi mejor amigo y mis únicas ganas de vivir.
Por ello, ahora estoy aquí, a orillas del río, con mi cuerpo congelado y moribundo.
Abrí los ojos e intenté incorporarme, pero no tenía la suficiente fuerza como para hacerlo; pero, me di cuenta de que tenía algo en el bolsillo de la chaqueta. Moví mi mano temblorosa lentamente hacia él y cogí un papel que estaba mojado. Alcé mi otra mano con las pocas fuerzas que me quedaban y comencé a desdoblar el papelito, era una nota. Había escrita una frase corta, pero que hizo que mis ojos dejasen caer pequeñas lágrimas y que mi boca esbozase una sonrisa; era la letra de Guillermo. Me armé de fuerzas y me incorporé hasta quedar de pie sobre la nieve. Caminé hasta el primer local para llamar a mi casa e intenté continuar con mi vida. Teniendo siempre en mi mente a mi mejor amigo y la mejor nota que me hayan podido escribir en toda mi vida:
“Tú no lo hagas.”