Veréis, el otro día estudiando la commedia dell'arte en literatura universal (quien no sepa lo que es le recomiendo que lo busque en Wikipedia) y escuchando a su vez Bohemian Rhapsody de Queen se me ocurrió una paponada de historia... pero podría funcionar.
Me entusiasmé y comencé a escribirla.
Sería poner fin a la trama amo-persigue-a-criada del teatro pre-barroco italiano... y sus consecuencias, claro...
a ver qué os parece
lo iré subiendo por escenas. Tengo planeado tres actos a, en principio, dos escenas por acto. Iré subiendo según vaya escribiendo.
QUIERO OPINIONES Y CRÍTICAS
Es de confesión obligada que es la primera vez que escribo algo de teatro.
___
___
derecha e izquierda: las del público.
Acto 1
Escena 1
Gran salón de mármol de un palacio veneciano. Lujosas puertas a derecha e izquierda. En la pared del fondo otra puerta, elevada, a la que se accede por una pomposa escalinata. Los muros que queden diáfanos los tapan grandes cortinas rojas y espejos, alternándose. Una lámpara de araña de cristal cuelga del techo, apagada. En general, un salón colorido, tan barroco que casi haga daño a la vista.
El salón está oscuro y silencioso. Entra corriendo por la puerta izquierda, sujetándose los faldones y medio jadeante por la carrera COLOMBINA, una joven y bella muchacha, de largo pelo negro, ondulado, recogido, ataviada con un vestido ajado, humilde, pero no por ello menos elegante, de colores blanco y rojo (típico de la Commedia Dell’arte); su cara está maquillada como la de un mimo, aunque aún no se ve por la oscuridad del escenario. COLOMBINA se detiene al llegar al centro del escenario, mira a un lado y a otro, nerviosa y echa a correr de nuevo, saliendo del escenario por la puerta derecha.
Al instante en que COLOMBINA sale del escenario, entra corriendo de una manera ridícula e infantil, levantando las rodillas a cada zancada y casi de puntillas, frotándose las manos como una mosca, PANTALEÓN, un hombre panzudo, con pelo y barba grises, de nariz aguileña y discreta risa pícara y malévola, vestido con unas mallas rojas, una chaqueta del mismo color, unas babuchas amarillas y una capa negra (típico atuendo de la Commedia Dell’arte), y cruza el escenario hasta salir también por la puerta derecha.
Al rato, vuelve a salir corriendo de la misma manera, sujetándose los faldones, COLOMBINA, que vuelve a detenerse en medio del escenario, jadeando (aunque más harta que preocupada), mira a derecha e izquierda e, indecisa, sube corriendo la escalinata hasta salir por la puerta de atrás. De nuevo, al momento le sigue PANTALEÓN en la misma tónica que antes.
Una vez más, COLOMBINA sale corriendo por la puerta de la izquierda, jadeando, y, una vez más se para en el centro del escenario, mira a derecha e izquierda y sale corriendo por la puerta de la derecha. PANTELEÓN la sigue, en la misma tónica de antes.
Fuera los dos del escenario, se oye leve forcejeo y sus voces:
COLOMBINA. – (gritando) ¡Le pido que me deje, amo! ¡Estoy harta!
PANTALEÓN. – (su tono de voz sugiere que le ha dado al vino; permanece borracho hasta el final de la escena.) Te dejo si me das un beso.
COLOMBINA. – (aún en tono de voz elevado) ¡Ay pero..! ¡Que no, amo, que no!
PANTALEÓN. – (borracho y sugerente) Que sí, Colombina, que sí.
COLOMBINA. - ¡Que no! que soy su criada, y, además, si la señora se entera…
PANTALEÓN. – (mascullando, jocoso) Bah, bah, bah; ¿Qué se va a enterar la vieja bruja esa?
COLOMBINA. - ¡Pero yo no le amo, Pantaleón!
Cesa el ruido de forcejeos.
Breve silencio.
PANTALEÓN. - …¿no me amas?
COLOMBINA. – No…
PANTALEÓN. - ¿Porque soy viejo y feo?
Breve silencio.
COLOMBINA. – Sí…
PANTALEÓN. – (dejando ver amargura en su tono de voz de borracho) Y los besos son para la gente a la que se ama…
COLOMBINA. – (maternal) Claro.
PANTALEÓN. – Pues, ¿sabe qué, señorita? Que lo respeto.
COLOMBINA. – (sorprendida y feliz) ¿De verdad?
PANTALEÓN. – De la buena; yo también estuve enamorado de la arpía esa que tengo por mujer hace unos años ya…
COLOMBINA. - ¿Cuántos años?
PANTALEÓN. – (dubitativo) Cien o… doscientos. No sé. El basilisco ese me ha dado tantos lustros de sufrimiento que ya ni lo recuerdo… (exaltado) ¡Pero una vez nos quisimos, y por eso lo respeto!
COLOMBINA. – (alegrándose por momentos) ¿En serio?
PANTALEÓN. – Sí.
COLOMBINA. – ¿De verdad?
PANTALEÓN. – De la buena.
COLOMBINA. – O sea, ¿que eso significa que me dejará en paz?
PANTALEÓN. – No; significa que me conformaré con sobarle así la teta.
COLOMBINA. – (airada y sorprendida) ¡Pantaleón!
Se oye una sonora bofetada.
PANTALEÓN. – Pero, serás…
Vuelve el ruido de forcejeos.
COLOMBINA. - ¡Le advierto que me deje!
PANTALEÓN. – Soy tu señor y haré contigo lo que me plazca.
COLOMBINA. – Se lo advierto…
PANTALEÓN. – Y qué vas a hacer con ese arcabuz, ¿dispararme?
COLOMBINA. – No se acerque, amo…
PANTALEÓN. – Cómo, ¿así?
COLOMBINA. – Amo…
PANTALEÓN. - ¿Así?
Un ruidoso disparo tras el que se oye caer al suelo el cuerpo de Pantaleón.
Silencio.
COLOMBINA. - (sollozando) ¡Ay, Dios! ¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho, qué he hecho, qué he hecho? ¡Ay, Dios…!
Sigue repitiendo frases de ésta índole un rato; tras ese rato, sin dejar de seguir rezando, desesperada y sollozante, su funesto axioma, comienza a arrastrar con dificultad el cadáver de PANTALEÓN hasta el escenario, saliendo por la puerta de la derecha, hasta llegar al centro del escenario, donde deja el cuerpo de su amo y lo tapa con su propia capa. Discretamente, un foco se enciende iluminándolos. Tras dar un par de vueltas sobre sí misma, al borde del ataque de nervios, decide sentarse encima de la tripa del muerto, exhausta, de cara al público. Al sentarse, las piernas y los brazos de PANTALEÓN se levantan ligeramente por debajo de la capa para caer de inmediato, dando la sensación de haberse desinflado.
Sentada sobre su señor, COLOMBINA sigue sollozando un rato, sin dejar de lamentarse.
Sin que se dé cuenta COLOMBINA, al rato asoma por la puerta de la escalinata, sonriente, ARLEQUÍN, un joven de buen tipo, de aire bufonesco, simpático y danzarín, ataviado con un ceñido y modesto traje de rombos, muy colorido; una careta de cuero negro le cubre la nariz y los ojos, y un viejo sombrero de picos corona su figura (típico atuendo de la Commedia Dell’arte). ARLEQUÍN se apoya en la barandilla de la escalinata y mira un momento, embelesado, a COLOMBINA. Tras ello, baja la escalinata con un sigilo exagerado y avanza por el salón hasta colocarse debajo del foco, tras la espalda de COLOMBINA.
ARLEQUÍN. – (alegre) ¡Hola, Colombina!
Colombina, sorprendida por el susto que ARLEQUÍN le acaba de dar, pega un bote sobre la tripa de su señor que, de nuevo, levanta y deja caer piernas y brazos levemente debajo de la capa.
Se gira y, aliviada, mira a ARLEQUÍN.
COLOMBINA. – (con la voz aún temblorosa por el llanto) ¡Ay, Arlequín! Me has asustado…
ARLEQUÍN se pone de cuclillas a su lado.
ARLEQUÍN. – (amable) Lo siento, no era mi intención.
COLOMBINA. – (sin dejar de sollozar) No si… si no pasa nada… Si las cosas peor no pueden ir.
ARLEQUÍN. – (poniéndose serio) ¿Qué pasa, Colombina…? ¿Puedo sentarme contigo?
COLOMBINA. – (haciendo un gesto de invitación) Claro…
ARLEQUÍN se sienta. El cadáver vuelve a levantar piernas y brazos debajo de la capa.
ALEQUÍN. – (mirándola, tierno) ¿Ha pasado algo..?
COLOMBINA. – (sujetándose la cabeza con las manos, entre sollozo y sollozo) Sí.
ARLEQUÍN. - ¿Qué tipo de algo?
COLOMBINA. – Un algo horrible.
ARLEQUÍN. - ¿Cómo de horrible?
COLOMBINA. - ¡Horribilísimo!
ARLEQUÍN. – (sorprendido) ¿Tanto?
COLOMBINA. - ¡Más!
ARLEQUÍN. - ¡¿Más?!
COLOMBINA. - ¡Más! ¡Horribilérrimo, incluso!
ARLEQUÍN. – Vaya por Dios…
COLOMBINA. - ¡Ay Arlequín! ¿Te acuerdas de que el amo siempre me acosaba?
ARLEQUÍN. - ¿Acosaba? ¿Ya no lo hace?
COLOMBINA. – (ignorando el comentario de ARLEQUÍN) ¿Y que siempre iba detrás de mí con intenciones oscuras y aviesas?
ARLEQUÍN. – (sonriéndose) Ese picarón…
COLOMBINA. – ¿Y que muchas noches me perseguía por el palacio borracho intentando acorralarme?
ARLEQUÍN. - ¿Por qué tendría que acordarme si lo hace a diario? Además, conociéndole… lo hará hasta el día de su muerte.
COLOMBINA mira a Arlequín con mirada culpable y, un instante después, rompe a llorar desconsolada.
ARLEQUÍN la abraza dulcemente, le da un par de besos en la cabeza y la arrulla.
ARLEQUÍN. – Ya, ya, milano, ya pasó… ¿no me vas a contar qué ha pasado con el señor?
COLOMBINA. – (en medio del llanto) No puedo contártelo, Arlequín…
ARLEQUÍN. – No te preocupes; no pasa nada. Sea lo que fuere, tranquila, seguro que tiene solución. ¡Todo tiene solución menos la muerte, mujer! (COLOMBINA se lamenta sonoramente al oír esa frase) Además, yo estoy aquí. Contigo, como siempre. Para ayudarte.
Silencio durante el cuál ARLEQUÍN arrulla en sus brazos a COLOMBINA, ambos sentados aún sobre el cadáver de PANTALEÓN.
ARLEQUÍN. – (dando unos cachetes al cadáver de su amo) ¿Y este cojín? Nunca lo he visto por palacio, ¿es nuevo?
COLOMBINA se encoje de hombros.
ARLEQUÍN. – (dando unos botecitos sobre PANTALEÓN) Es bastante cómodo la verdad…
Vuelve el silencio. ARLEQUÍN mira a COLOMBINA, que, distraída, solloza con la cara entre las manos.
ARLEQUÍN. – Colombina…
COLOMBINA. – Hm.
ARLEQUÍN. – Ahora que estamos solos… verás, me gustaría decirte algo. Es… es algo que llevo un tiempo queriendo decirte, ¿sabes? Pero nunca… nunca me he atrevido a hacerlo. (en tono muy tierno) Colombina, yo te…
COLOMBINA. – (ignorando a ARLEQUÍN y separándose de él bruscamente) ¡Que lo he matao, Arlequín, que lo he matao!
ARLEQUÍN se sobresalta.
ARLEQUÍN. – Pero… pero ¿¡a quién!?
COLOMBINA. - ¿A quién va a ser? ¡Al señor!
ARLEQUÍN. - ¿¡Que le has dado matarile a Pantaleón!?
COLOMBINA asiente, llorando.
ARLEQUÍN. – Pero… ¿¡por qué!?
COLOMBINA. – Pues porque…
ARLEQUÍN. – (cortante) ¿¡y qué has hecho con el cuerpo!?
Colombina destapa la cara de PANTALEÓN y, al ver ARLEQUÍN que estaba sentado sobre el cuerpo inerte de su señor se tira al suelo horrorizado.
ARLEQUÍN. - ¡Santa Madonna! ¡Virgen bendita!
COLOMBINA. – (aún sentada en la tripa del señor) Aquí le tienes.
ARLEQUÍN. – (más calmado) Ya lo veo, ya…
COLOMBINA. – Me intentó vejar, y estaba borracho…
ARLEQUÍN. – Es decir, nada nuevo…
COLOMBINA. – Sí, pero me vi tan acorralada que…
ARLEQUÍN. – Tranquila, no te justifiques que no hace falta. Todos sabemos lo que podría haber hecho el golfo este… Pero ahora, tenemos que hacer algo.
COLOMBINA. - ¿Algo?
ARLEQUÍN. – (volviendo a sentarse en la prominente barriga de su difunto amo) Claro; con el cuerpo.
COLOMBINA. – Oh… y ¿qué hacemos?
ARLEQUÍN. – Deshacernos de él, claro. Podríamos dárselo de comer a los sabuesos.
COLOMBINA. – Ni los sabuesos le querrán…
ARLEQUÍN. – Entonces… ¡podríamos dejarlo arder en el horno!
COLOMBINA. – Suficiente fuego tendrá su alma en el Infierno como para que arda también su cuerpo…
ARLEQUÍN. – (reflexivo) Pues… sólo se me ocurre hacerlo pedacitos y enterrarlo
COLOMBINA. – (tras pensarlo un instante) A eso no puedo ponerle objeciones si eres tú el que lo despieza.
ARLEQUÍN. – Qué remedio…
COLOMBINA. – Está bien… ¿te traigo un escarpelo, o algo?
ARLEQUÍN. – No podemos hacerlo aquí; le mancharíamos a la señora las baldosas de mármol. Tenemos que llevarlo a la cocina, ahí ya puedo despacharlo… a gusto.
COLOMBINA. – Está bien. Iré a ver si hay moros en la costa.
Se dirige a la puerta de la derecha.
ARLEQUÍN. – (cogiendo el cadáver por los pies y arrastrándolo) Yo te sigo…
COLOMBINA se para en el resquicio de la puerta, se gira y mira a ARLEQUÍN.
COLOMBINA. - ¿Por qué me ayudas con todo esto, Arlequín?
ARLEQUÍN. – (sin darse la vuelta, sin mirarla y sin soltar los pies de su señor, encorvado y titubeante) Pues… porque… porque yo te… yo te…
COLOMBINA. - ¿Tú me…?
ARLEQUÍN suspira y agacha la cabeza lamentando su propia estupidez.
ARLEQUÍN. – Nada, olvídalo… Lo hago porque tú te harías daño en la espalda cargando con esto.
COLOMBINA, satisfecha con la respuesta, sale por la puerta. ARLEQUÍN le sigue, arrastrando lentamente el cuerpo mientras se cierra el
TELÓN.
Me entusiasmé y comencé a escribirla.
Sería poner fin a la trama amo-persigue-a-criada del teatro pre-barroco italiano... y sus consecuencias, claro...
a ver qué os parece
lo iré subiendo por escenas. Tengo planeado tres actos a, en principio, dos escenas por acto. Iré subiendo según vaya escribiendo.
QUIERO OPINIONES Y CRÍTICAS
Es de confesión obligada que es la primera vez que escribo algo de teatro.
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derecha e izquierda: las del público.
Acto 1
Escena 1
Gran salón de mármol de un palacio veneciano. Lujosas puertas a derecha e izquierda. En la pared del fondo otra puerta, elevada, a la que se accede por una pomposa escalinata. Los muros que queden diáfanos los tapan grandes cortinas rojas y espejos, alternándose. Una lámpara de araña de cristal cuelga del techo, apagada. En general, un salón colorido, tan barroco que casi haga daño a la vista.
El salón está oscuro y silencioso. Entra corriendo por la puerta izquierda, sujetándose los faldones y medio jadeante por la carrera COLOMBINA, una joven y bella muchacha, de largo pelo negro, ondulado, recogido, ataviada con un vestido ajado, humilde, pero no por ello menos elegante, de colores blanco y rojo (típico de la Commedia Dell’arte); su cara está maquillada como la de un mimo, aunque aún no se ve por la oscuridad del escenario. COLOMBINA se detiene al llegar al centro del escenario, mira a un lado y a otro, nerviosa y echa a correr de nuevo, saliendo del escenario por la puerta derecha.
Al instante en que COLOMBINA sale del escenario, entra corriendo de una manera ridícula e infantil, levantando las rodillas a cada zancada y casi de puntillas, frotándose las manos como una mosca, PANTALEÓN, un hombre panzudo, con pelo y barba grises, de nariz aguileña y discreta risa pícara y malévola, vestido con unas mallas rojas, una chaqueta del mismo color, unas babuchas amarillas y una capa negra (típico atuendo de la Commedia Dell’arte), y cruza el escenario hasta salir también por la puerta derecha.
Al rato, vuelve a salir corriendo de la misma manera, sujetándose los faldones, COLOMBINA, que vuelve a detenerse en medio del escenario, jadeando (aunque más harta que preocupada), mira a derecha e izquierda e, indecisa, sube corriendo la escalinata hasta salir por la puerta de atrás. De nuevo, al momento le sigue PANTALEÓN en la misma tónica que antes.
Una vez más, COLOMBINA sale corriendo por la puerta de la izquierda, jadeando, y, una vez más se para en el centro del escenario, mira a derecha e izquierda y sale corriendo por la puerta de la derecha. PANTELEÓN la sigue, en la misma tónica de antes.
Fuera los dos del escenario, se oye leve forcejeo y sus voces:
COLOMBINA. – (gritando) ¡Le pido que me deje, amo! ¡Estoy harta!
PANTALEÓN. – (su tono de voz sugiere que le ha dado al vino; permanece borracho hasta el final de la escena.) Te dejo si me das un beso.
COLOMBINA. – (aún en tono de voz elevado) ¡Ay pero..! ¡Que no, amo, que no!
PANTALEÓN. – (borracho y sugerente) Que sí, Colombina, que sí.
COLOMBINA. - ¡Que no! que soy su criada, y, además, si la señora se entera…
PANTALEÓN. – (mascullando, jocoso) Bah, bah, bah; ¿Qué se va a enterar la vieja bruja esa?
COLOMBINA. - ¡Pero yo no le amo, Pantaleón!
Cesa el ruido de forcejeos.
Breve silencio.
PANTALEÓN. - …¿no me amas?
COLOMBINA. – No…
PANTALEÓN. - ¿Porque soy viejo y feo?
Breve silencio.
COLOMBINA. – Sí…
PANTALEÓN. – (dejando ver amargura en su tono de voz de borracho) Y los besos son para la gente a la que se ama…
COLOMBINA. – (maternal) Claro.
PANTALEÓN. – Pues, ¿sabe qué, señorita? Que lo respeto.
COLOMBINA. – (sorprendida y feliz) ¿De verdad?
PANTALEÓN. – De la buena; yo también estuve enamorado de la arpía esa que tengo por mujer hace unos años ya…
COLOMBINA. - ¿Cuántos años?
PANTALEÓN. – (dubitativo) Cien o… doscientos. No sé. El basilisco ese me ha dado tantos lustros de sufrimiento que ya ni lo recuerdo… (exaltado) ¡Pero una vez nos quisimos, y por eso lo respeto!
COLOMBINA. – (alegrándose por momentos) ¿En serio?
PANTALEÓN. – Sí.
COLOMBINA. – ¿De verdad?
PANTALEÓN. – De la buena.
COLOMBINA. – O sea, ¿que eso significa que me dejará en paz?
PANTALEÓN. – No; significa que me conformaré con sobarle así la teta.
COLOMBINA. – (airada y sorprendida) ¡Pantaleón!
Se oye una sonora bofetada.
PANTALEÓN. – Pero, serás…
Vuelve el ruido de forcejeos.
COLOMBINA. - ¡Le advierto que me deje!
PANTALEÓN. – Soy tu señor y haré contigo lo que me plazca.
COLOMBINA. – Se lo advierto…
PANTALEÓN. – Y qué vas a hacer con ese arcabuz, ¿dispararme?
COLOMBINA. – No se acerque, amo…
PANTALEÓN. – Cómo, ¿así?
COLOMBINA. – Amo…
PANTALEÓN. - ¿Así?
Un ruidoso disparo tras el que se oye caer al suelo el cuerpo de Pantaleón.
Silencio.
COLOMBINA. - (sollozando) ¡Ay, Dios! ¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho, qué he hecho, qué he hecho? ¡Ay, Dios…!
Sigue repitiendo frases de ésta índole un rato; tras ese rato, sin dejar de seguir rezando, desesperada y sollozante, su funesto axioma, comienza a arrastrar con dificultad el cadáver de PANTALEÓN hasta el escenario, saliendo por la puerta de la derecha, hasta llegar al centro del escenario, donde deja el cuerpo de su amo y lo tapa con su propia capa. Discretamente, un foco se enciende iluminándolos. Tras dar un par de vueltas sobre sí misma, al borde del ataque de nervios, decide sentarse encima de la tripa del muerto, exhausta, de cara al público. Al sentarse, las piernas y los brazos de PANTALEÓN se levantan ligeramente por debajo de la capa para caer de inmediato, dando la sensación de haberse desinflado.
Sentada sobre su señor, COLOMBINA sigue sollozando un rato, sin dejar de lamentarse.
Sin que se dé cuenta COLOMBINA, al rato asoma por la puerta de la escalinata, sonriente, ARLEQUÍN, un joven de buen tipo, de aire bufonesco, simpático y danzarín, ataviado con un ceñido y modesto traje de rombos, muy colorido; una careta de cuero negro le cubre la nariz y los ojos, y un viejo sombrero de picos corona su figura (típico atuendo de la Commedia Dell’arte). ARLEQUÍN se apoya en la barandilla de la escalinata y mira un momento, embelesado, a COLOMBINA. Tras ello, baja la escalinata con un sigilo exagerado y avanza por el salón hasta colocarse debajo del foco, tras la espalda de COLOMBINA.
ARLEQUÍN. – (alegre) ¡Hola, Colombina!
Colombina, sorprendida por el susto que ARLEQUÍN le acaba de dar, pega un bote sobre la tripa de su señor que, de nuevo, levanta y deja caer piernas y brazos levemente debajo de la capa.
Se gira y, aliviada, mira a ARLEQUÍN.
COLOMBINA. – (con la voz aún temblorosa por el llanto) ¡Ay, Arlequín! Me has asustado…
ARLEQUÍN se pone de cuclillas a su lado.
ARLEQUÍN. – (amable) Lo siento, no era mi intención.
COLOMBINA. – (sin dejar de sollozar) No si… si no pasa nada… Si las cosas peor no pueden ir.
ARLEQUÍN. – (poniéndose serio) ¿Qué pasa, Colombina…? ¿Puedo sentarme contigo?
COLOMBINA. – (haciendo un gesto de invitación) Claro…
ARLEQUÍN se sienta. El cadáver vuelve a levantar piernas y brazos debajo de la capa.
ALEQUÍN. – (mirándola, tierno) ¿Ha pasado algo..?
COLOMBINA. – (sujetándose la cabeza con las manos, entre sollozo y sollozo) Sí.
ARLEQUÍN. - ¿Qué tipo de algo?
COLOMBINA. – Un algo horrible.
ARLEQUÍN. - ¿Cómo de horrible?
COLOMBINA. - ¡Horribilísimo!
ARLEQUÍN. – (sorprendido) ¿Tanto?
COLOMBINA. - ¡Más!
ARLEQUÍN. - ¡¿Más?!
COLOMBINA. - ¡Más! ¡Horribilérrimo, incluso!
ARLEQUÍN. – Vaya por Dios…
COLOMBINA. - ¡Ay Arlequín! ¿Te acuerdas de que el amo siempre me acosaba?
ARLEQUÍN. - ¿Acosaba? ¿Ya no lo hace?
COLOMBINA. – (ignorando el comentario de ARLEQUÍN) ¿Y que siempre iba detrás de mí con intenciones oscuras y aviesas?
ARLEQUÍN. – (sonriéndose) Ese picarón…
COLOMBINA. – ¿Y que muchas noches me perseguía por el palacio borracho intentando acorralarme?
ARLEQUÍN. - ¿Por qué tendría que acordarme si lo hace a diario? Además, conociéndole… lo hará hasta el día de su muerte.
COLOMBINA mira a Arlequín con mirada culpable y, un instante después, rompe a llorar desconsolada.
ARLEQUÍN la abraza dulcemente, le da un par de besos en la cabeza y la arrulla.
ARLEQUÍN. – Ya, ya, milano, ya pasó… ¿no me vas a contar qué ha pasado con el señor?
COLOMBINA. – (en medio del llanto) No puedo contártelo, Arlequín…
ARLEQUÍN. – No te preocupes; no pasa nada. Sea lo que fuere, tranquila, seguro que tiene solución. ¡Todo tiene solución menos la muerte, mujer! (COLOMBINA se lamenta sonoramente al oír esa frase) Además, yo estoy aquí. Contigo, como siempre. Para ayudarte.
Silencio durante el cuál ARLEQUÍN arrulla en sus brazos a COLOMBINA, ambos sentados aún sobre el cadáver de PANTALEÓN.
ARLEQUÍN. – (dando unos cachetes al cadáver de su amo) ¿Y este cojín? Nunca lo he visto por palacio, ¿es nuevo?
COLOMBINA se encoje de hombros.
ARLEQUÍN. – (dando unos botecitos sobre PANTALEÓN) Es bastante cómodo la verdad…
Vuelve el silencio. ARLEQUÍN mira a COLOMBINA, que, distraída, solloza con la cara entre las manos.
ARLEQUÍN. – Colombina…
COLOMBINA. – Hm.
ARLEQUÍN. – Ahora que estamos solos… verás, me gustaría decirte algo. Es… es algo que llevo un tiempo queriendo decirte, ¿sabes? Pero nunca… nunca me he atrevido a hacerlo. (en tono muy tierno) Colombina, yo te…
COLOMBINA. – (ignorando a ARLEQUÍN y separándose de él bruscamente) ¡Que lo he matao, Arlequín, que lo he matao!
ARLEQUÍN se sobresalta.
ARLEQUÍN. – Pero… pero ¿¡a quién!?
COLOMBINA. - ¿A quién va a ser? ¡Al señor!
ARLEQUÍN. - ¿¡Que le has dado matarile a Pantaleón!?
COLOMBINA asiente, llorando.
ARLEQUÍN. – Pero… ¿¡por qué!?
COLOMBINA. – Pues porque…
ARLEQUÍN. – (cortante) ¿¡y qué has hecho con el cuerpo!?
Colombina destapa la cara de PANTALEÓN y, al ver ARLEQUÍN que estaba sentado sobre el cuerpo inerte de su señor se tira al suelo horrorizado.
ARLEQUÍN. - ¡Santa Madonna! ¡Virgen bendita!
COLOMBINA. – (aún sentada en la tripa del señor) Aquí le tienes.
ARLEQUÍN. – (más calmado) Ya lo veo, ya…
COLOMBINA. – Me intentó vejar, y estaba borracho…
ARLEQUÍN. – Es decir, nada nuevo…
COLOMBINA. – Sí, pero me vi tan acorralada que…
ARLEQUÍN. – Tranquila, no te justifiques que no hace falta. Todos sabemos lo que podría haber hecho el golfo este… Pero ahora, tenemos que hacer algo.
COLOMBINA. - ¿Algo?
ARLEQUÍN. – (volviendo a sentarse en la prominente barriga de su difunto amo) Claro; con el cuerpo.
COLOMBINA. – Oh… y ¿qué hacemos?
ARLEQUÍN. – Deshacernos de él, claro. Podríamos dárselo de comer a los sabuesos.
COLOMBINA. – Ni los sabuesos le querrán…
ARLEQUÍN. – Entonces… ¡podríamos dejarlo arder en el horno!
COLOMBINA. – Suficiente fuego tendrá su alma en el Infierno como para que arda también su cuerpo…
ARLEQUÍN. – (reflexivo) Pues… sólo se me ocurre hacerlo pedacitos y enterrarlo
COLOMBINA. – (tras pensarlo un instante) A eso no puedo ponerle objeciones si eres tú el que lo despieza.
ARLEQUÍN. – Qué remedio…
COLOMBINA. – Está bien… ¿te traigo un escarpelo, o algo?
ARLEQUÍN. – No podemos hacerlo aquí; le mancharíamos a la señora las baldosas de mármol. Tenemos que llevarlo a la cocina, ahí ya puedo despacharlo… a gusto.
COLOMBINA. – Está bien. Iré a ver si hay moros en la costa.
Se dirige a la puerta de la derecha.
ARLEQUÍN. – (cogiendo el cadáver por los pies y arrastrándolo) Yo te sigo…
COLOMBINA se para en el resquicio de la puerta, se gira y mira a ARLEQUÍN.
COLOMBINA. - ¿Por qué me ayudas con todo esto, Arlequín?
ARLEQUÍN. – (sin darse la vuelta, sin mirarla y sin soltar los pies de su señor, encorvado y titubeante) Pues… porque… porque yo te… yo te…
COLOMBINA. - ¿Tú me…?
ARLEQUÍN suspira y agacha la cabeza lamentando su propia estupidez.
ARLEQUÍN. – Nada, olvídalo… Lo hago porque tú te harías daño en la espalda cargando con esto.
COLOMBINA, satisfecha con la respuesta, sale por la puerta. ARLEQUÍN le sigue, arrastrando lentamente el cuerpo mientras se cierra el
TELÓN.