CAPÍTULO VI
[Y vi como el Cordero abrió uno de los siete sellos [...] Y miré, y he aquí un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió venciendo, y para vencer.]
Apocalipsis (6. 1, 2-3)
Desde fuera no parecía que nada hubiese perturbado la calma habitual en Caelestis, salvo por el hecho de que el portón principal, que daba al recibidor, estaba entreabierto.
Apresuraron sus pasos fatigados cuando vieron la fachada principal y penetraron en el edificio sin detenerse a comprobar si alguien les esperaba.
Fueron recibidos por decenas de cuerpos caidos en el suelo, algunos apilados, como si hubiesen muerto juntos. Por todas partes se esparcían escombros, polvo, astillas, cristales y sangre.
Luis dió un paso hacia atrás con un ligero temblor en sus labios crispados por el pánico. Óscar y Silvia se apresuraron a comprobar si alguno de los cuerpos continuaba con vida mientras Sergio se limitó a caminar lentamente mirándolo todo estupefacto, como si la respuesta a aquella situación estuviese oculta en alguno de los rincones del patio.
-Joder... -murmuró Óscar tras confirmar que todos estaban muertos- No entiendo nada...
-Óscar -dijo Silvia con firmeza. Había tanta frialdad en su voz que no parecía ella- Ayúdale -ordenó señalándole a Luis con la cabeza.
El chico parecía una estatua. Estaba quieto frente a la puerta, con los ojos desorbitados y la boca ligeramente abierta. Óscar se situó frente a él y le pasó la mano frente a los ojos. Inmediatamente, Luis se relajó y siguió a su compañero con la mirada perdida.
-Será mejor que busquemos a Diego -propuso mientras miraba a Sergio de arriba a abajo que continuaba paseando por el lugar- ¿Le hipnotizo también a él?
-No, solo agítale suavemente. Es consciente de sus actos, pero no sabe como reaccionar.
-Sergio ¿estás bien? -le preguntó poniéndole una mano en su hombro. Luis, aun con la mirada vacía, puso su mano en el hombro de Óscar- Tengo que aprender a dar órdenes independientes... -murmuró para sí.
-Sí... creo que sí... es solo que... ¿Quién...?
-No lo sabemos, pero lo averiguaremos pronto. Ahora necesito que seas fuerte y nos ayudes a buscar supervivientes, ¿vale?
Se encaminaron por los patios, pasillos, salas y diferentes pisos de Caelestis tomando el pulso de todos los cuerpos que se repartían aquí y allí.
-Es muy extraño -murmuró Sergio irguiéndose tras su última comprobación- Todos las víctimas pertenecen a Caelestis... no hay ningún extraño.
-Sí -corroboró Silvia caminando por los escombros- Es como... si se hubiesen matado entre ellos.
-¡Eso es absurdo! -descartó Óscar seguido muy de cerca por Luis, que repitió el movimiento de la mano del primero- ¿Por qué iban a hacer eso?
Pero parecía que así era. Muchos presentaban cuchilladas y heridas bastante feas, otros permanecían aferrados al cuerpo de su víctima mientras presentaban varias puñaladas en la espalda. El caso que más les sorprendió fue el de ver a un matrimonio que se habían ahorcado mutuamente, pues todavía cada uno sujetaba en sus manos la soga del otro.
Estaban explorando la zona de la biblioteca, cuando escucharon a Diego gritar en el piso de arriba. Fue un grito desgarrador, surgido de lo más profundo de su ser, tan potente, que apenas tenía voz. A todos, salvo a Luis, se les pusieron los pelos de punta y sintieron como un sudor helado les recorría toda la espalda.
-¡¡MATEOOOO!! -repitió la voz sobre sus cabezas- ¡¡ALÉJATE DE ÉL, HIJO DE PUTA!!
Corrieron lo más rápido posible, pues el temblor de sus piernas les impedía dar zancadas firmes y tropezaron en varias ocasiones al subir las escaleras hacia el lugar de donde provenían los gritos. Diego debía encontrarse cerca de la Galería de Ángeles y así lo confirmaron cuando llegaron hasta allí corriendo por el piso superior del claustro que rodeaba el patio mayor.
Diego forcejeaba con Tadeo que, rojo de ira, empuñaba una de las espadas que colgaban de la sala de reuniones. Tras ellos, caído frente a la puerta de la galería, yacía Mateo que se arrastraba por el suelo intentando alejarse de la hoja brillante que bailaba peligrosamente cortando el aire.
Los chicos corrieron hasta Mateo, tirando de él para ayudarle a ponerse a salvo mientras Diego intentaba inmovilizar a Tadeo sujetándole por la espalda y rodeandole el cuello con los brazos, pero el hombre era demasiado grande para Diego, que bailaba razandeándose colgado de él.
Sergio, viendo que su compañero necesitaba ayuda, tomó una piedra, se hizo invisible y se acercó rezando con todas sus fuerzas para que no le diese ninguna de las estocadas inciertas.
Una vez estuvo cerca, golpeó la mano de Tadeo con la piedra. El hombre gritó de dolor y soló el arma que cayó al suelo ruidosamente. Tras alejarla con el pie, pues Tadeo se inclinaba para recuperarla, le asestó un golpe en la cabeza con todas sus fuerzas, dejándole fuera de combate y con una herida muy fea de la que comenzó a brotar sangre copiosamente.
Diego permaneció sujetando a Tadeo para asegurarse de que no volvía a ponerse en pie. Tras varios segundos en los que el cuerpo permaneció inerte, se levantó jadeando.
-¿Le has matado? -preguntó mirando la piedra ensangrentada.
-No lo sé... -respondió Sergio que había vuelto a aparecerse. Sentía que el corazón le latía con violencia.
-Si lo has hecho, no te preocupes... Se lo merecía...
-Nadie merece morir. Yo... -se excusó
-Este hijo de perra sí... -escupió conteniendo las lágrimas sin mucho éxito- Este... ¡cabrón! -le dio una patada al cuerpo caido- Siempre ha querido el puesto de Mateo hasta el punto de provocar una revuelta el muy... ¡dame la piedra! -ordenó tendiéndole la mano
-No, ya ha recibido bastante...
-¡DAME LA PIEDRA!
-¡Que no! -respondió tirándola al patio, donde rebotó resonando por todo el edificio silencioso- ¡No merece la pena que ahora te ensañes a pedradas con él!
Diego bufó y se alejó de allí dando grandes zancadas. Por un momento Sergio pensó que iba a por otra piedra, pero se relajó al ver que se inclinaba sobre Mateo, que yacía con la cabeza apoyada en las piernas de Óscar. Le acompañó.
-Señor -preguntó Silvia en un susurro- ¿Qué ha pasado? ¿Qué es todo esto?
-Ellos... lo han abierto... lo vi... -le costaba respirar. Sergio se fijó que tenía varias heridas y la ropa empapada en sangre- Avisad al resto... -jadeó- poneos a salvo... los ángeles... corren... peligro...
-¡No, ya no! -dijo Diego- ¡Hemos derrotado a Tadeo! -pero Mateo negó con la cabeza
-Tadeo... solo... solo es una de las primeras víctimas... como todos... los demás... -tomó aire con dificultad- Oidme bien... teneis que huir de aqui... Coged vuestros dibujos y plumas. Aquí ya no están a salvo... encontrad el Libro de los Ángeles y...
-¿A dónde lo llevamos? ¿Qué hacemos con él? -preguntó Silvia
-Destruidlo... -ordenó. Ninguno dio crédito a lo que oían
-Pero señor, ¡no podemos! -discutió Diego- ¡Aun hay cientos de páginas por cubrir, cientos de ángeles por crear!
-El tiempo de los ángeles... toca a su fin... -suspiró- Ya no importan las diferencias entre familias, pues todo somos víctimas de un mismo fin... Se ha roto el primer sello... salvaos... -miró a los cinco chicos he hizo una mueca similar a una sonrisa. El orgullo brilló por última vez en sus ojos- Mis guardianes...
Óscar sintió como el cuerpo de Mateo se relajaba en sus piernas indicando que había agotado sus últimas gotas de vida. Con delicadeza, retiró la cabeza del hombre y la apoyó en el suelo. Después se puso en pie, caminó hasta el poyete que daba el patio y sollozó con fuerza. Luis a su lado imitaba sus movimientos derramando lágrimas silenciosas.
-¡Despierta ya, imbécil! -exclamó Óscar dándole una colleja.
Luis dio un respingo y miró confuso a su alrededor. Tras orientarse, vio el cuerpo muerto de Mateo rodeado por Diego Silvia y Sergio que lloraban en silencio.
-¿Qué ha...? ¿Cuándo...? -esta vez las lágrimas brotaron de unos ojos que gritaban pena.
Perdiendo la fuerza en las piernas, cayó de rodillas y lloró amargamente junto a sus compañeros.
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Abrir la puerta de la Galería de Ángeles les fue más o menos sencillo, pues el don de Luis era endurecer su cuerpo hasta límites insospechados y solo tuvo que embestir un par de veces el portón de madera, que cedió ante las violentas sacudidas. Parecía que Luis volcaba todo su dolor en cada golpe que le asestaba a la madera.
Una vez dentro, comprobaron con tristeza que la mayoría de las hojas se habían enrrollado, quedando, únicamente, un par de dibujos extendidos aparte de los suyos.
Luis repitió el proceso con la vitrina, la cual rompió ruidosamente permitiéndoles coger sus dibujos y plumas.
Estaban recuperando los últimos cuando una sombra les habló desde la puerta.
-¡Vaya! -exclamó sorprendido- Después de todo este jaleo... ¿Queda gente viva por aquí?
-¿Quién eres tú? -preguntó Diego desafiante- ¡¿Qué haces aquí?!
-Mi nombre es Víctor -se presentó caminando lentamente hacia ellos- Y yo, amigo mío, soy la causa de que tú estés ahora rompiendo estás vitrinas.
Contemplaron al hombre que caminaba hacia ellos con parsimonia. Era bastante alto, delgado y con un rostro de facciones bien marcadas. Su pelo era una larga melena plateada, recogida por una diadema de oro blanco. Vestía con lo que parecía ser una armadura hecha a base de cuero remachado. De su espalda colgaban, cruzados, un arco blanco y plateado y un carcaj con flechas rematadas por plumas negras.
-¡Lárgate! ¡Ya no tienes nada que hacer aquí! -exclamó Luis poniéndose ante el grupo.
Aunque no se podía percibir a través de la vista, todos supieron que había adquirido su máxima dureza esperando cualquier golpe.
-Me haceis gracia -continuó Víctor sin inmutarse- Dadme las hojas y no me veré en la necesidad de mataros.
-¡Ni hablar!
-Que lástima... -se encogió de hombros- Yo quería hacerlo fácil...
Descolgó su arco y puso una flecha en la cuerda. Los chicos contuvieron la respiración.
-Aun estáis a tiempo...
-¡Que te largues! -vociferó Luis con los dientes apretados. Esperaba que su dureza resistiese el impacto del proyectil.
-Niño insolente... -murmuró tensando la cuerda y apuntándole al pecho.
Pero no llegó a disparar. Desde el piso de abajo llegó el rumor de varias personas que corrían y exclamaban. Al parecer, no todos estaban muertos.
Pudieron ver un reflejo de sorpresa en el rostro de Víctor, que corrió hacia la puerta para comprobar de donde provenía el jaleo. Presuroso, volvió a tensar el arco, apuntó y disparó. El proyectil silbó cortando el aire e impactó justo en el pecho de Luis, que cayó hacia atrás con un grito ahogado.
Antes de que los demás pudiesen reaccionar, cargó otra flecha, apuntó de nuevo y disparó. Esta vez el proyectil iba dirigido a Diego, pero este pudo mantener la cabeza fria y se retiró a tiempo de ver como la flecha de quebraba al chocar contra la pared.
Luis se puso en pie restregándose el pecho y tosiendo con violencia. Asustado, se palpó el punto donde había impactado el disparo, pero no tenía herida. Habia resistido y eso le daba fuerzas para volver a enfrentarse a él.
-¡Vamos! -le provocó- ¡Tendrás que probar con otra cosa!
Tras escupir al suelo, Víctor se giró y salió corriendo por el patio. Corrieron tras él, pero al salir fue con un grupo de ángeles con quienes se encontraron.
-¡Aquí hay más supervivientes! -gritó uno asomándose al patio
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Los vigilantes del cementerio, así como la prensa, la funeraria y la policía, nunca habían visto un entierro tan multitudinario en Toledo.
Centenares de personas se congregaban en torno a diferentes fosos abiertos en la tierra para darles un último adiós a sus familiares y seres queridos.
Sergio, Óscar, Silvia, Diego y Luis permanecían un poco alejados del entierro de Mateo. Había sido una ceremonia breve y sencilla. Tras varios enfrentamientos, habían conseguido que la prensa no metiese las narices y parecía que, por fin, podrían despedirse de su maestro en paz.
No había sido fácil encubrir la verdadera causa de la muerte de tantas personas. Los ángeles que les encontraron, uno de ellos la mujer que abrió a Natalia mientras la escoltaban, habían eliminado toda prueba que indicase que se habían asesinado entre ellos y prepararon la historia de una banda de ladrones que tenía como objetivo una antigua y cara colección de monedas.
En cuanto a los chicos, les habían acogido, junto con algunos de los ángeles supervivientes que no daban crédito a lo que habían hecho. Cuando los primeros volvieron en sí y se les preguntó que había sucedido, todos coincidieron en lo mismo: Se odiaban hasta el punto de que necesitaban acabar unos con otros. De cuatro que sobrevivieron, dos se suicidaron al no poder soportar el saber lo que habían hecho, un tercero murió a las pocas horas y el cuarto, Tadeo, permanecía con la cabeza vendada y puntos de sutura.
Ahora la familia
Caelis no llegaba al centenar de ángeles y parecía que así se quedaría ya que cuando los chicos le dijeron a Tadeo, que había asumido el mando, la voluntad de Mateo de destruir el Libro de los Ángeles este lo aceptó.
-Así se hará cuando lo encontremos -murmuró cuando terminaron de contarle la historia- Si se ha abierto el primer sello, es lo más conveniente...
-¿Qué sello?
-No os preocupéis por eso. Solo procurad manteneos a salvo... ahora, por favor, necesito pensar -les dijo invitándoles a abandonar la habitación que la familia de Mateo le había cedido hasta que se recuperase- Y gracias de nuevo por impedirme acabar con el maestro -murmuró intentando ahogar el llanto- No hubiese podido soportarlo.
Observaron como los últimos familiares abandonaban la sepultura, que acababa de ser cerrada por dos mozos del cementerio. Era una losa de mármol blanco con el epitafio escrito con letras doradas.
AQUI YACE:
MATEO DE LA FUENTE LORENZO
"Mis alas sabrán guiarme"
Sobre esta se alzaba, majestuosa, la escultura de un joven ángel que alzaba su mano derecha hacia el cielo, mientras que en la izquierda sostenía un sencillo cetro. Tenía las alas semi plegadas, como si acabase de posarse en tierra.
-Tenía buen gusto... -murmuró Silvia cuando solo quedaban ellos
-¿Por qué? -preguntó Luis que paseaba la mirada por el epitafio
-El eligió la escultura, el emplazamiento, lo que quería que pusiese en su epitafio...
Sergio alzó la vista y miró a su alrededor. Estaban rodeados por varias sepulturas de diferentes tamaños, colores y formas, a excepción del lado donde estaba el ángel, que tenía un tramo de tierra ocupado por cipreses que se alzaban majestuosamente contra el cielo anaranjado por el ocaso.
Contempló, después, la escultura del ángel, el epitafio y las raices de los cipreses. Paseó alrededor de la sepultura mirando estas tres cosas repetidas veces.
-¿Se puede saber qué estás haciendo? -preguntó Diego molesto
-Creo que acabo de encontrar el escondite del Libro de los Ángeles.
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Para Marina. Ella plasmó su imaginación en esta fotografía y yo plasmé su fotografía en mi imaginación.