Por cierto que, este es el poema ganador
Epopeya anónima del siglo XXI
Canto I
Te diré que hoy también ha amanecido
a riesgo de dar demasiada información;
y también hoy, los pacientes del doctor Jack Daniels
desfilaban, como yendo al paredón.
Hace unos días que rompí contra mi mesa una botella
(una cualquiera, un añejo; buena vid)
y, delante del espejo, me amenacé con ella
para ver si así me obligaba a ser feliz.
Y, en parte, resulta que funcionó
Porque sonreí como los maniquís pijos de las tiendas,
casi con la misma postura
y, por supuesto, con las mismas prendas.
Me percaté entonces de lo que tantas veces me enseñó la escuela:
que la mejor motivación es el miedo al castigo;
por eso mismo, creo, que nunca funcioné contigo,
porque me acostumbré muy pronto a sangrar por tu espuela.
Pero parece que todo pasa, amiga,
Cambia la apariencia y, aunque en esencia es lo mismo,
poco después,
la cuestión es no chocar los pies
contra las mismas piedras;
contra tu propio abismo.
¿Sabes? Hace una mañana estupenda
para pisar tu cara en los charcos
que siempre ha habido en esta acera horrenda…
¿Qué somos, si no el mismo cuadro en el mismo marco?
¿La misma fiera tras la misma reja?
La cuenta atrás que nos marcan
las mismas discusiones de pareja
de las mismas personas de cada mañana
que quieren más de lo que abarcan
y pierden más de lo que ganan.
Más tonto es aquél que discute por algo relevante,
y es que, a mí, tras años de predicar en el desierto
llevando siempre la verdad por delante
me sabía la piel a fracaso y el alma me olía a muerto.
Pero aquí estamos, un día más,
esperando a que el tiempo decida
si es él o seremos nosotros
los que acabemos con nuestra vida.
Canto II
Salir del portal con el pie derecho
porque ser supersticioso es gratis;
la superstición no amenaza con un infierno
ni me va a juzgar por lo que he hecho.
La lluvia me muerde la oreja
y el viento me hiela la espalda.
Seguiré el camino de la primera falda
que se me ponga entre ceja y ceja;
al fin y al cabo, el hombre es animal de costumbres
y no me hago a una cama vacía,
a solas con la almohada,
sin el ruido de su voz cuando me pedía
que le contase un cuento de hadas.
Asique paso de largo
y busco a una mujer sin nombre
y sin rostro; no pido demasiado,
sólo compañía para un hombre
que se ha dado de lado.
Y si no, volveré a la cama de mi amante,
a fin de cuentas,
cuando muere la musa nos queda lo absurdo
y, como lo absurdo suele ser brillante,
hoy por hoy, será un éxito de ventas…
Maldita puta que es el arte…
¿hace cuánto te vendiste?
Sabrás que no me arrepiento de odiarte,
pero no sé vivir desde que te fuiste.
Y todo es tan gris, y todo me encanta;
y todo es tan frío que deseo
quitarme la manta
y morirme en su hielo.
Nómada sufridor, sadomasoquista;
sedente viajero que es el humano:
le gangrena el temor en una mano,
y en la otra, el deseo se le enquista.
Canto III
Desfila el ejército de muertos
vivos, caminando al cementerio
de asfalto, trajeados
con calcetines tuertos
y corbatas cosidas en otro hemisferio
por niños explotados.
Y pasean, con las correas ceñiditas
el común de las señoritas
su vanidad,
y, a riesgo de perder la compostura
ensalzan su figura
y venden su virginidad.
Los maestros, sabios y vetustos
estrenan filantropía a las ocho en los bares,
y a las nueve, y a colmo de males,
enseñan a los críos a ser justos.
El párroco, entre otra mucha gente,
siente cada mañana que su fe renace
cuando se toca, y se arrepiente
negando hacer lo que hace.
Y en su sermón, exaltado,
besará su hipocresía rezando
a un Dios que, de vez en cuando,
también cae en el pecado.
Bendita sociedad,
bendita inocencia;
bendito don de la paciencia;
bendita falsedad.
Tropiézate conmigo, karma,
que tenemos asuntos pendientes;
que me debes retazos de alma
y te quiero partir los dientes.
Canto IV
Soy un coloso de cartón
y en tu calle siempre llueve.
Como nunca has visto el sol,
si me empapo, te entretienes.
Jugando a creernos
los señores de nuestro destino
será mejor no vernos
por si acabamos a golpes
y acortamos la distancia
quemando los resortes
de lo que nos queda de esperanza.
Deseando que mi ignorancia crezca
he olvidado lo que decía;
ya mañana será otro día
en el que es posible que amanezca