Capítulo II - La vida
La vida es el bien supremo. Todo es trivial en comparación a la vida. La vida es todo lo que tenemos, y por cruel que parezca, desconocemos su sentido.
Es irónico que no sepamos para qué sirve nuestro mayor tesoro, pero la condición humana es así, y tenemos que afrontarla y admitirla. Unos confían en los dioses que les otorgan las religiones, otros en la naturaleza o la reencarnación, o en la ciencia, otros no lo afrontan.
Lo que está claro es que ningún pensador, por muy sabio, por muy inteligentes que sean sus postulados, por mucho que haya ahondado en las entrañas del ser humano ha conseguido descubrir el sentido de la vida. Por tanto, yo pienso que la vida es su fin en sí misma, en otras palabras, que la vida es para ser vivida al máximo, para explotar las mil opciones que te deja elegir, para disfrutar y padecer todas las experiencias que vendrán, para crear más vida. Al menos, así pensaré hasta que alguien me demuestre que se puede encarar la vida de otra manera sin negarla, porque religión tras religión, en su deseo por hacer de la vida algo inmortal y trascendente, le han hecho negar a pueblos enteros su vida y les han arrebatado la libertad de elegir sus propios caminos. Básicamente su fe consistía en el rechazo a esta vida en pos de la que vendrá, que será la perfección de un cielo. Y al que no se lo crea, que sepa que morirá en el infierno por la eternidad por descreído y hereje…
Pero Nietzsche ya habló bastante de esto en su día.
La vida es la prioridad, pues sin ella, el resto del mundo carece de sentido. Por eso creo que la mejor manera de vivir es exprimiéndola, gozándola, aprendiendo insaciablemente de todo lo que puede proporcionarnos. Por eso creo también que quitarle la vida a alguien es la mayor crueldad que puede cometerse y quienes la cometen son unos desgraciados que se merecen el espaldarazo de toda la sociedad. Puede que a más de uno invadido por sus prejuicios le sorprenda que un anarquista pueda decir esto después de los atentados y asesinatos que han cometido algunos anarquistas. Yo jamás mataría a nadie, y esos que asesinaron para mí son tan despreciables como los que asesinaban ellos o más.
Atentar contra la vida de otro nunca está justificado. Ni siquiera aunque esa persona haya atentado contra la vida de otro. La única violencia justificada contra otra persona es la que se aplica en defensa propia. La pena de muerte es un asesinato legal, un crimen horrendo cometido por los que supuestamente deberían combatir la delincuencia. Es combatir a los asesinos convirtiéndose en verdugos. Si los señores presidentes de los estados donde se ejecuta a las personas tienen el valor para firmar sentencias de muerte y la conciencia tranquila que den la cara y aprieten ellos el botón de la corriente eléctrica, canallas.
Pero hasta ahora podría parecer que creo la única manera de dañar la vida es asesinándola. Otro ataque casi peor aún es arrebatar la libertad.
Porque vivir no sirve de nada si no eres dueño de tu vida, si no puedes elegir con libertad las decisiones que te plantea, si no puedes decidir cómo emplear las horas de que dispones. Sin estos requisitos mínimos, vivir no es vivir, porque vivir siendo esclavo, eso no es vivir, es en todo caso sobrevivir. Y condenar a alguien a esto es una crueldad enorme.
Hay otras maneras de regular la sociedad aparte de la cárcel. Sí, claro que los presos y presas han podido cometer atrocidades y que son un peligro social. Pero para empezar, la culpa de que sean delincuentes es de esta ley que primero crea el delito y luego al delincuente, es culpa de esta sociedad que margina, es culpa de esta cultura falsa e hipócrita, es culpa de este sistema educativo corrupto, además de culpa del mismo delincuente.
La sociedad debe admitir su enorme parte de responsabilidad en el hecho de que existan cárceles y que estén repletas de personas, pues somos una máquina de crear delincuentes.
En esta vida en la que sólo puedes elegir ser explotador o explotado, si no quieres ser ninguno de los dos sólo te queda robar, si se propone una vida de servidumbre a cambio de una vivienda (a la que supuestamente ya tenías derecho) y el pan para tu familia, que a nadie le extrañe que muchos opten por la vía fácil del narcotráfico, ante una vida esclava sin sentido, que no nos sorprenda que tantos busquen la evasión en la droga, si el maltratador veía a su padre dar palizas a su madre, no sé por qué le condenamos tan rápidamente a la cárcel.
El análisis de la práctica totalidad de los crímenes cometidos tiene por trastienda una o miles de injusticias sociales. ¿Cómo la misma sociedad que crea el delito es tan hipócrita de privar de libertad a sus víctimas? Por supuesto que son un peligro y que muchos no pueden convivir ya con nosotros de una manera natural, por supuesto que pueden contribuir a hacer de esta sociedad algo peor y a que sus errores los cometan otros, pero tenemos que actuar con responsabilidad ante ellos.
¿Nadie ha pensado que pueden merecer algo mejor que unos pocos metros cuadrados entre cuatro angostas paredes y rejas? Para miles de especies animales en el mundo hay un hábitat que es dispuesto para que puedan desarrollarse allí libremente. ¿No merecen como mínimo el mismo trato personas como nosotros? ¡Como mínimo! Y si algún día ellos se sienten listos para volver a la sociedad que les expulsó, pues que vuelvan y convivan, porque la vida da muchas vueltas y cualquiera puede cambiar y redimirse, digan lo que digan los defensores de la cadena perpetua.
Pero hasta ahora no hemos hablado de asesinos y delincuentes como si fueran los únicos que limitan la libertad de los demás, cuando la libertad que ellos arrebatan es la inmensa minoría de la que es arrebatada. En el siguiente capítulo hablaremos de cómo es robada gran parte de la libertad que nos falta.
Quiero cerrar este capítulo con una pequeña reflexión.
Vida sólo tenemos una. En una cinta de película que no se rebobina. Vive siempre al máximo. Disfruta cada instante como si fuera el último, porque puede serlo.
Si tenemos una única vida, que es lo más grande, no nos queda otra que arriesgarlo todo para combatir lo que no nos deja vivirla a nuestra manera.
Yo nunca quise darme cuenta en el lecho de muerte de que mi vida siempre ha estado conducida por fuerzas y externas y que no he sido lo que debía.
Yo nunca quise llegar al ocaso y desear empezar de cero.
Y por esto escribo.