Alli yace ella, tendida sobre el lecho hacia el cual él la ha empujado sin rozarla; sin hablarle; tan sólo con la fuerza de la oscura y atrayente luz oculta en el fondo de una mirada normalmente protegida por inquebrantables trazas de hielo.
Una mirada penetrante...como la que le dirige en aquestos precisos instantes. Está de pie, a dos escasos metros de su cuerpo tumbado; y aunque el semblante de él es aparentemente tranquilo, él se da cuenta de que una fracción de su propia mente ha sucumbido al olor de la sangre de ella.
El vampiro sabe que ella arde en deseos de sentir su piel de escarcha; sabe que una parte del ser de la joven a caído presa de su delicadeza y sus encantos. No obstante no se acerca a ella, aún no. Parte de su elegancia reside en hacer las cosas lenta, cuidadosa y grácilmente, por muy atraído que se sienta por el fluir de la dulce sangre a través de las venas de un tentador cuerpo de mujer virgen aún caliente.
Ella siente el corazón golpear contra sus sienes; el pecho le sube y baja al compás de su respiración, profunda pero acelerada, como una especie de sordo jadeo triunfante que todos hemos experimentado alguna vez al estar ceca de nuestra meta o destino, tras experimentar un largo camino de penurias y sacrificios.
Está nerviosa, sería una incoherencia negarlo; pero tiene muy claro lo que quiere, por lo que la inquietud se mezcla en su cuerpo con oleadas de placer por conseguir satisfacer su deseo.
Él se recuesta por fin junto a ella, despacio, situando un brazo a cada uno de sus costados. Ella no mueve un ápice de su cuerpo. Ambos están impacientes, pero ninguno se atreve ni quiere materle prisa al otro. La calma es parte del encanto del momento.
Se quedan en esa posición unos instantes más, sumergido cada uno en el reflejo de expectación en los ojos del otro. Él rompe la quietud deslizando uno de sus dedos desde la frente hasta el busto de ella, quien se estremece entera.
Poco después un matiz especial en la mirada de él le hace saber a ella que ha llegado el momento; un brillo específico en sus ojos le hace comprender que el vampiro le está pidiendo permiso para romper las distancias. Por toda respuesta, ella cierra suavemente los párpados e inclina la cabeza hacia un lado, mostrando su delicado cuello.
Él se inclina sobre ese suave fragmento de piel. Primero lo besa con cuidado, haciendo que nuevos escalofríos recorran el cuerpo de la joven. Luego hunde con sus colmillos en la fina piel de ella, traspasándola con facilidad y alcanzando su premio: la dulce y fresca sangre de la doncella.
Ella no se mueve, se limita a cerrar los puños en torno a las sábanas. A pesar del intenso dolor no puede reprimir un sonoro suspiro de gusto. La sensación la tortura y la fascina a la vez, pues mezclado con el sufrimiento se halla recorriendo su cuerpo un placer que cada vez se hace más intenso. Así que la doncella se deja llevar, perdida en su propia onírica de placer, disfrutando al máximo de ella...
Una mirada penetrante...como la que le dirige en aquestos precisos instantes. Está de pie, a dos escasos metros de su cuerpo tumbado; y aunque el semblante de él es aparentemente tranquilo, él se da cuenta de que una fracción de su propia mente ha sucumbido al olor de la sangre de ella.
El vampiro sabe que ella arde en deseos de sentir su piel de escarcha; sabe que una parte del ser de la joven a caído presa de su delicadeza y sus encantos. No obstante no se acerca a ella, aún no. Parte de su elegancia reside en hacer las cosas lenta, cuidadosa y grácilmente, por muy atraído que se sienta por el fluir de la dulce sangre a través de las venas de un tentador cuerpo de mujer virgen aún caliente.
Ella siente el corazón golpear contra sus sienes; el pecho le sube y baja al compás de su respiración, profunda pero acelerada, como una especie de sordo jadeo triunfante que todos hemos experimentado alguna vez al estar ceca de nuestra meta o destino, tras experimentar un largo camino de penurias y sacrificios.
Está nerviosa, sería una incoherencia negarlo; pero tiene muy claro lo que quiere, por lo que la inquietud se mezcla en su cuerpo con oleadas de placer por conseguir satisfacer su deseo.
Él se recuesta por fin junto a ella, despacio, situando un brazo a cada uno de sus costados. Ella no mueve un ápice de su cuerpo. Ambos están impacientes, pero ninguno se atreve ni quiere materle prisa al otro. La calma es parte del encanto del momento.
Se quedan en esa posición unos instantes más, sumergido cada uno en el reflejo de expectación en los ojos del otro. Él rompe la quietud deslizando uno de sus dedos desde la frente hasta el busto de ella, quien se estremece entera.
Poco después un matiz especial en la mirada de él le hace saber a ella que ha llegado el momento; un brillo específico en sus ojos le hace comprender que el vampiro le está pidiendo permiso para romper las distancias. Por toda respuesta, ella cierra suavemente los párpados e inclina la cabeza hacia un lado, mostrando su delicado cuello.
Él se inclina sobre ese suave fragmento de piel. Primero lo besa con cuidado, haciendo que nuevos escalofríos recorran el cuerpo de la joven. Luego hunde con sus colmillos en la fina piel de ella, traspasándola con facilidad y alcanzando su premio: la dulce y fresca sangre de la doncella.
Ella no se mueve, se limita a cerrar los puños en torno a las sábanas. A pesar del intenso dolor no puede reprimir un sonoro suspiro de gusto. La sensación la tortura y la fascina a la vez, pues mezclado con el sufrimiento se halla recorriendo su cuerpo un placer que cada vez se hace más intenso. Así que la doncella se deja llevar, perdida en su propia onírica de placer, disfrutando al máximo de ella...